Don Quijote by Miguel de Cervantes Saavedra - HTML preview

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ciencia

endemoniada

y

torpe,

vengo

a

dar

el

remedio

que

conviene

a

tamaño

dolor,

a

mal

tamaño.

¡Oh

tú,

gloria

y

honor

de

cuantos

visten

las

túnicas

de

acero

y

de

diamante,

luz

y

farol,

sendero,

norte

y

guía

de

aquellos

que,

dejando

el

torpe

sueño

y

las

ociosas

plumas,

se

acomodan

a

usar

el

ejercicio

intolerable

de

las

sangrientas

y

pesadas

armas!

A

ti

digo

¡oh

varón,

como

se

debe

por

jamás

alabado!,

a

ti,

valiente

juntamente

y

discreto

don

Quijote,

de

la

Mancha

esplendor,

de

España

estrella,

que

para

recobrar

su

estado

primo

la

sin

par

Dulcinea

del

Toboso,

es

menester

que

Sancho,

tu

escudero,

se

tres

mil

azotes

y

trecientos

en

ambas

sus

valientes

posaderas,

al

aire

descubiertas,

y

de

modo

que

le

escuezan,

le

amarguen

y

le

enfaden.

Y

en

esto

se

resuelven

todos

cuantos

de

su

desgracia

han

sido

los

autores,

y a esto es mi venida, mis señores.

— ¡Voto a tal! —dijo a esta sazón Sancho—. No digo yo tres mil azotes, peroasí me daré yo tres como tres puñaladas. ¡Válate el diablo por modo dedesencantar! ¡Yo no sé qué tienen que ver mis posas con los encantos! ¡ParDios que si el señor Merlín no ha hallado otra manera como desencantar a laseñora Dulcinea del Toboso, encantada se podrá ir a la sepultura!

— Tomaros he yo —dijo don Quijote—, don villano, harto de ajos, y amarraroshe a un árbol, desnudo como vuestra madre os parió; y no digo yo tres mil ytrecientos, sino seis mil y seiscientos azotes os daré, tan bien pegadosque no se os caigan a tres mil y trecientos tirones. Y

no me repliquéispalabra, que os arrancaré el alma.

Oyendo lo cual Merlín, dijo:

— No ha de ser así, porque los azotes que ha de recebir el buen Sancho hande ser por su voluntad, y no por fuerza, y en el tiempo que él quisiere;que no se le pone término señalado; pero permítesele que si él quisiereredemir su vejación por la mitad de este vapulamiento, puede dejar que selos dé ajena mano, aunque sea algo pesada.

— Ni ajena, ni propia, ni pesada, ni por pesar —replicó Sancho—: a mí no meha de tocar alguna mano. ¿Parí yo, por ventura, a la señora Dulcinea delToboso, para que paguen mis posas lo que pecaron sus ojos? El señor mi amosí, que es parte suya, pues la llama a cada paso mi vida, mi alma, sustentoy arrimo suyo, se puede y debe azotar por ella y hacer todas lasdiligencias necesarias para su desencanto; pero, ¿azotarme yo...?¡Abernuncio!

Apenas acabó de decir esto Sancho, cuando, levantándose en pie la argentadaninfa que junto al espíritu de Merlín venía, quitándose el sutil velo delrostro, le descubrió tal, que a todos pareció mas que demasiadamentehermoso, y, con un desenfado varonil y con una voz no muy adamada, hablandoderechamente con Sancho Panza, dijo:

— ¡Oh malaventurado escudero, alma de cántaro, corazón de alcornoque, deentrañas guijeñas y apedernaladas! Si te mandaran, ladrón desuellacaras,que te arrojaras de una alta torre al suelo; si te pidieran, enemigo delgénero humano, que te comieras una docena de sapos, dos de lagartos y tresde culebras; si te persuadieran a que mataras a tu mujer y a tus hijos conalgún truculento y agudo alfanje, no fuera maravilla que te mostrarasmelindroso y esquivo; pero hacer caso de tres mil y trecientos azotes, queno hay niño de la doctrina, por ruin que sea, que no se los lleve cada mes,admira, adarva, espanta a todas las entrañas piadosas de los que loescuchan, y aun las de todos aquellos que lo vinieren a saber con eldiscurso del tiempo. Pon, ¡oh miserable y endurecido animal!, pon, digo,esos tus ojos de machuelo espantadizo en las niñas destos míos, comparadosa rutilantes estrellas, y veráslos llorar hilo a hilo y madeja a madeja,haciendo surcos, carreras y sendas por los hermosos campos de mis mejillas.Muévate, socarrón y malintencionado monstro, que la edad tan florida mía,que aún se está todavía en el diez y... de los años, pues tengo diez ynueve y no llego a veinte, se consume y marchita debajo de la corteza deuna rústica labradora; y si ahora no lo parezco, es merced particular queme ha hecho el señor Merlín, que está presente, sólo porque te enternezcami belleza; que las lágrimas de una afligida hermosura vuelven en algodónlos riscos, y los tigres en ovejas. Date, date en esas carnazas, bestiónindómito, y saca de harón ese brío, que a sólo comer y más comer teinclina, y pon en libertad la lisura de mis carnes, la mansedumbre de micondición y la belleza de mi faz; y si por mí no quieres ablandarte nireducirte a algún razonable término, hazlo por ese pobre caballero que a tulado tienes; por tu amo, digo, de quien estoy viendo el alma, que la tieneatravesada en la garganta, no diez dedos de los labios, que no espera sinotu rígida o blanda repuesta, o para salirse por la boca, o para volverse alestómago.

Tentóse, oyendo esto, la garganta don Quijote y dijo, volviéndose al duque:

— Por Dios, señor, que Dulcinea ha dicho la verdad, que aquí tengo el almaatravesada en la garganta, como una nuez de ballesta.

— ¿Qué decís vos a esto, Sancho? —preguntó la duquesa.

— Digo, señora —respondió Sancho—, lo que tengo dicho: que de los azotes,abernuncio.

— Abrenuncio habéis de decir, Sancho, y no como decís —dijo el duque.

— Déjeme vuestra grandeza —respondió Sancho—, que no estoy agora para miraren sotilezas ni en letras más a menos; porque me tienen tan turbado estosazotes que me han de dar, o me tengo de dar, que no sé lo que me digo, nilo que me hago. Pero querría yo saber de la señora mi señora doña Dulcinadel Toboso adónde aprendió el modo de rogar que tiene: viene a pedirme queme abra las carnes a azotes, y llámame alma de cántaro y bestión indómito,con una tiramira de malos nombres, que el diablo los sufra. ¿Por venturason mis carnes de bronce, o vame a mí algo en que se desencante o no? ¿Quécanasta de ropa blanca, de camisas, de tocadores y de escarpines, anqueno los gasto, trae delante de sí para ablandarme, sino un vituperio y otro,sabiendo aquel refrán que dicen por ahí, que un asno cargado de oro subeligero por una montaña, y que dádivas quebrantan peñas, y a Dios rogando ycon el mazo dando, y que más vale un "toma" que dos "te daré"? Pues elseñor mi amo, que había de traerme la mano por el cerro y halagarme paraque yo me hiciese de lana y de algodón cardado, dice que si me coge meamarrará desnudo a un árbol y me doblará la parada de los azotes; y habíande considerar estos lastimados señores que no solamente piden que se azoteun escudero, sino un gobernador; como quien dice:

"bebe con guindas".Aprendan, aprendan mucho de enhoramala a saber rogar, y a saber pedir, y atener crianza, que no son todos los tiempos unos, ni están los hombressiempre de un buen humor. Estoy yo ahora reventando de pena por ver mi sayoverde roto, y vienen a pedirme que me azote de mi voluntad, estando ellatan ajena dello como de volverme cacique.

— Pues en verdad, amigo Sancho —dijo el duque—, que si no os ablandáis másque una breva madura, que no habéis de empuñar el gobierno. ¡Bueno seríaque yo enviase a mis insulanos un gobernador cruel, de entrañaspedernalinas, que no se doblega a las lágrimas de las afligidas doncellas,ni a los ruegos de discretos, imperiosos y antiguos encantadores y sabios!En resolución, Sancho, o vos habéis de ser azotado, o os han de azotar, ono habéis de ser gobernador.

— Señor —respondió Sancho—, ¿no se me darían dos días de término para pensarlo que me está mejor?

— No, en ninguna manera —dijo Merlín—; aquí, en este instante y en estelugar, ha de quedar asentado lo que ha de ser deste negocio, o Dulcineavolverá a la cueva de Montesinos y a su prístino estado de labradora, o ya,en el ser que está, será llevada a los Elíseos Campos, donde estaráesperando se cumpla el número del vápulo.

— Ea, buen Sancho —dijo la duquesa—, buen ánimo y buena correspondencia alpan que habéis comido del señor don Quijote, a quien todos debemos servir yagradar, por su buena condición y por sus altas caballerías. Dad el sí,hijo, desta azotaina, y váyase el diablo para diablo y el temor paramezquino; que un buen corazón quebranta mala ventura, como vos bien sabéis.

A estas razones respondió con éstas disparatadas Sancho, que, hablando conMerlín, le preguntó:

— Dígame vuesa merced, señor Merlín: cuando llegó aquí el diablo correo ydio a mi amo un recado del señor Montesinos, mandándole de su parte que leesperase aquí, porque venía a dar orden de que la señora doña Dulcinea delToboso se desencantase, y hasta agora no hemos visto a Montesinos, ni a sussemejas.

A lo cual respondió Merlín:

— El Diablo, amigo Sancho, es un ignorante y un grandísimo bellaco: yo leenvié en busca de vuestro amo, pero no con recado de Montesinos, sino mío,porque Montesinos se está en su cueva entendiendo, o, por mejor decir,esperando su desencanto, que aún le falta la cola por desollar. Si os debealgo, o tenéis alguna cosa que negociar con él, yo os lo traeré y pondrédonde vos más quisiéredes. Y, por agora, acabad de dar el sí destadiciplina, y creedme que os será de mucho provecho, así para el alma comopara el cuerpo: para el alma, por la caridad con que la haréis; para elcuerpo, porque yo sé que sois de complexión sanguínea, y no os podrá hacerdaño sacaros un poco de sangre.

— Muchos médicos hay en el mundo: hasta los encantadores son médicos— replicó Sancho—; pero, pues todos me lo dicen, aunque yo no me lo veo,digo que soy contento de darme los tres mil y trecientos azotes, concondición que me los tengo de dar cada y cuando que yo quisiere, sin que seme ponga tasa en los días ni en el tiempo; y yo procuraré salir de la deudalo más presto que sea posible, porque goce el mundo de la hermosura de laseñora doña Dulcinea del Toboso, pues, según parece, al revés de lo que yopensaba, en efecto es hermosa. Ha de ser también condición que no he deestar obligado a sacarme sangre con la diciplina, y que si algunos azotesfueren de mosqueo, se me han de tomar en cuenta. Iten, que si me errare enel número, el señor Merlín, pues lo sabe todo, ha de tener cuidado decontarlos y de avisarme los que me faltan o los que me sobran.

— De las sobras no habrá que avisar —respondió Merlín—, porque, llegando alcabal número, luego quedará de improviso desencantada la señora Dulcinea, yvendrá a buscar, como agradecida, al buen Sancho, y a darle gracias, y aunpremios, por la buena obra. Así que no hay de qué tener escrúpulo de lassobras ni de las faltas, ni el cielo permita que yo engañe a nadie, aunquesea en un pelo de la cabeza.

— ¡Ea, pues, a la mano de Dios! —dijo Sancho—. Yo consiento en mi malaventura; digo que yo acepto la penitencia con las condiciones apuntadas.

Apenas dijo estas últimas palabras Sancho, cuando volvió a sonar la músicade las chirimías y se volvieron a disparar infinitos arcabuces, y donQuijote se colgó del cuello de Sancho, dándole mil besos en la frente y enlas mejillas. La duquesa y el duque y todos los circunstantes dieronmuestras de haber recebido grandísimo contento, y el carro comenzó acaminar; y, al pasar, la hermosa Dulcinea inclinó la cabeza a los duques yhizo una gran reverencia a Sancho.

Y ya, en esto, se venía a más andar el alba, alegre y risueña: lasflorecillas de los campos se descollaban y erguían, y los líquidoscristales de los arroyuelos, murmurando por entre blancas y pardas guijas,iban a dar tributo a los ríos que los esperaban. La tierra alegre, el cieloclaro, el aire limpio, la luz serena, cada uno por sí y todos juntos, dabanmanifiestas señales que el día, que al aurora venía pisando las faldas,había de ser sereno y claro. Y, satisfechos los duques de la caza y dehaber conseguido su intención tan discreta y felicemente, se volvieron a sucastillo, con prosupuesto de segundar en sus burlas, que para ellos nohabía veras que más gusto les diesen.

Capítulo XXXVI. Donde se cuenta la estraña y jamás imaginada aventura de ladueña Dolorida, alias de la condesa Trifaldi, con una carta que SanchoPanza escribió a su mujer Teresa Panza

Tenía un mayordomo el duque de muy burlesco y desenfadado ingenio, el cualhizo la figura de Merlín y acomodó todo el aparato de la aventura pasada,compuso los versos y hizo que un paje hiciese a Dulcinea. Finalmente, conintervención de sus señores, ordenó otra del más gracioso y estrañoartificio que puede imaginarse.

Preguntó la duquesa a Sancho otro día si había comenzado la tarea de lapenitencia que había de hacer por el desencanto de Dulcinea. Dijo que sí,y que aquella noche se había dado cinco azotes.

Preguntóle la duquesa quecon qué se los había dado. Respondió que con la mano.

— Eso —replicó la duquesa— más es darse de palmadas que de azotes. Yo tengopara mí que el sabio Merlín no estará contento con tanta blandura; menesterserá que el buen Sancho haga alguna diciplina de abrojos, o de las decanelones, que se dejen sentir; porque la letra con sangre entra, y no seha de dar tan barata la libertad de una tan gran señora como lo es Dulcineapor tan poco precio; y advierta Sancho que las obras de caridad que sehacen tibia y flojamente no tienen mérito ni valen nada.

A lo que respondió Sancho:

— Déme vuestra señoría alguna diciplina o ramal conveniente, que yo me darécon él como no me duela demasiado, porque hago saber a vuesa merced que,aunque soy rústico, mis carnes tienen más de algodón que de esparto, y noserá bien que yo me descríe por el provecho ajeno.

— Sea en buena hora —respondió la duquesa—: yo os daré mañana una diciplinaque os venga muy al justo y se acomode con la ternura de vuestras carnes,como si fueran sus hermanas propias.

A lo que dijo Sancho:

— Sepa vuestra alteza, señora mía de mi ánima, que yo tengo escrita unacarta a mi mujer Teresa Panza, dándole cuenta de todo lo que me ha sucedidodespués que me aparté della; aquí la tengo en el seno, que no le falta másde ponerle el sobreescrito; querría que vuestra discreción la leyese,porque me parece que va conforme a lo de gobernador, digo, al modo quedeben de escribir los gobernadores.

— ¿Y quién la notó? —preguntó la duquesa.

— ¿Quién la había de notar sino yo, pecador de mí? —respondió Sancho.

— ¿Y escribístesla vos? —dijo la duquesa.

— Ni por pienso —respondió Sancho—, porque yo no sé leer ni escribir, puestoque sé firmar.

— Veámosla —dijo la duquesa—, que a buen seguro que vos mostréis en ella lacalidad y suficiencia de vuestro ingenio.

Sacó Sancho una carta abierta del seno, y, tomándola la duquesa, vio quedecía desta manera: Carta de Sancho Panza a Teresa Panza, su mujer

Si buenos azotes me daban, bien caballero me iba; si buen gobierno metengo, buenos azotes me cuesta. Esto no lo entenderás tú, Teresa mía, porahora; otra vez lo sabrás. Has de saber, Teresa, que tengo determinado queandes en coche, que es lo que hace al caso, porque todo otro andar es andara gatas. Mujer de un gobernador eres, ¡mira si te roerá nadie los zancajos!Ahí te envío un vestido verde de cazador, que me dio mi señora la duquesa;acomódale en modo que sirva de saya y cuerpos a nuestra hija. Don Quijote,mi amo, según he oído decir en esta tierra, es un loco cuerdo y unmentecato gracioso, y que yo no le voy en zaga. Hemos estado en la cueva deMontesinos, y el sabio Merlín ha echado mano de mí para el desencanto deDulcinea del Toboso, que por allá se llama Aldonza Lorenzo: con tres mil ytrecientos azotes, menos cinco, que me he de dar, quedará desencantada comola madre que la parió. No dirás desto nada a nadie, porque pon lo tuyo enconcejo, y unos dirán que es blanco y otros que es negro. De aquí a pocosdías me partiré al gobierno, adonde voy con grandísimo deseo de hacerdineros, porque me han dicho que todos los gobernadores nuevos van con estemesmo deseo; tomaréle el pulso, y avisaréte si has de venir a estar conmigoo no. El rucio está bueno, y se te encomienda mucho; y no le pienso dejar,aunque me llevaran a ser Gran Turco. La duquesa mi señora te besa mil veceslas manos; vuélvele el retorno con dos mil, que no hay cosa que menoscueste ni valga más barata, según dice mi amo, que los buenoscomedimientos. No ha sido Dios servido de depararme otra maleta con otroscien escudos, como la de marras, pero no te dé pena, Teresa mía, que ensalvo está el que repica, y todo saldrá en la colada del gobierno; sino queme ha dado gran pena que me dicen que si una vez le pruebo, que me tengo decomer las manos tras él; y si así fuese, no me costaría muy barato, aunquelos estropeados y mancos ya se tienen su calonjía en la limosna que piden;así que, por una vía o por otra, tú has de ser rica, de buena ventura. Dioste la dé, como puede, y a mí me guarde para servirte. Deste castillo, aveinte de julio de 1614.

Tu marido el gobernador,

Sancho Panza.

En acabando la duquesa de leer la carta, dijo a Sancho:

— En dos cosas anda un poco descaminado el buen gobernador: la una, en deciro dar a entender que este gobierno se le han dado por los azotes que se hade dar, sabiendo él, que no lo puede negar, que cuando el duque, mi señor,se le prometió, no se soñaba haber azotes en el mundo; la otra es que semuestra en ella muy codicioso, y no querría que orégano fuese, porque lacodicia rompe el saco, y el gobernador codicioso hace la justiciadesgobernada.

— Yo no lo digo por tanto, señora —respondió Sancho—; y si a vuesa merced leparece que la tal carta no va como ha de ir, no hay sino rasgarla y hacerotra nueva, y podría ser que fuese peor si me lo dejan a mi caletre.

— No, no —replicó la duquesa—, buena está ésta, y quiero que el duque lavea.

Con esto se fueron a un jardín, donde habían de comer aquel día. Mostró laduquesa la carta de Sancho al duque, de que recibió grandísimo contento.Comieron, y después de alzado los manteles, y después de haberseentretenido un buen espacio con la sabrosa conversación de Sancho, adeshora se oyó el son tristísimo de un pífaro y el de un ronco ydestemplado tambor.

Todos mostraron alborotarse con la confusa, marcial ytriste armonía, especialmente don Quijote, que no cabía en su asiento depuro alborotado; de Sancho no hay que decir sino que el miedo le llevó a suacostumbrado refugio, que era el lado o faldas de la duquesa, porque real yverdaderamente el son que se escuchaba era tristísimo y malencólico.

Y, estando todos así suspensos, vieron entrar por el jardín adelante doshombres vestidos de luto, tan luego y tendido que les arrastraba por elsuelo; éstos venían tocando dos grandes tambores, asimismo cubiertos denegro. A su lado venía el pífaro, negro y pizmiento como los demás.

Seguíaa los tres un personaje de cuerpo agigantado, amantado, no que vestido, conuna negrísima loba, cuya falda era asimismo desaforada de grande. Porencima de la loba le ceñía y atravesaba un ancho tahelí, también negro, dequien pendía un desmesurado alfanje de guarniciones y vaina negra. Veníacubierto el rostro con un trasparente velo negro, por quien se entreparecíauna longísima barba, blanca como la nieve. Movía el paso al son de lostambores con mucha gravedad y reposo. En fin, su grandeza, su contoneo, sunegrura y su acompañamiento pudiera y pudo suspender a todos aquellos quesin conocerle le miraron.

Llegó, pues, con el espacio y prosopopeya referida a hincarse de rodillasante el duque, que en pie, con los demás que allí estaban, le atendía; peroel duque en ninguna manera le consintió hablar hasta que se levantase.Hízolo así el espantajo prodigioso, y, puesto en pie, alzó el antifaz delrostro y hizo patente la más horrenda, la más larga, la más blanca y máspoblada barba que hasta entonces humanos ojos habían visto, y luegodesencajó y arrancó del ancho y dilatado pecho una voz grave y sonora, y,poniendo los ojos en el duque, dijo:

— Altísimo y poderoso señor, a mí me llaman Trifaldín el de la Barba Blanca;soy escudero de la condesa Trifaldi, por otro nombre llamada la DueñaDolorida, de parte de la cual traigo a vuestra grandeza una embajada, y esque la vuestra magnificencia sea servida de darla facultad y licencia paraentrar a decirle su cuita, que es una de las más nuevas y más admirablesque el más cuitado pensamiento del orbe pueda haber pensado. Y primeroquiere saber si está en este vuestro castillo el valeroso y jamás vencidocaballero don Quijote de la Mancha, en cuya busca viene a pie y sindesayunarse desde el reino de Candaya hasta este vuestro estado, cosa quese puede y debe tener a milagro o a fuerza de encantamento. Ella queda a lapuerta desta fortaleza o casa de campo, y no aguarda para entrar sinovuestro beneplácito. Dije.

Y tosió luego y manoseóse la barba de arriba abajo con entrambas manos, ycon mucho sosiego estuvo atendiendo la respuesta del duque, que fue:

— Ya, buen escudero Trifaldín de la Blanca Barba, ha muchos días que tenemosnoticia de la desgracia de mi señora la condesa Trifaldi, a quien losencantadores la hacen llamar la Dueña Dolorida; bien podéis, estupendoescudero, decirle que entre y que aquí está el valiente caballero donQuijote de la Mancha, de cuya condición generosa puede prometerse conseguridad todo amparo y toda ayuda; y asimismo le podréis decir de mi parteque si mi favor le fuere necesario, no le ha de faltar, pues ya me tieneobligado a dársele el ser caballero, a quien es anejo y concernientefavorecer a toda suerte de mujeres, en especial a las dueñas viudas,menoscabadas y doloridas, cual lo debe estar su señoría.

Oyendo lo cual Trifaldín, inclinó la rodilla hasta el suelo, y, haciendo alpífaro y tambores señal que tocasen, al mismo son y al mismo paso que habíaentrado, se volvió a salir del jardín, dejando a todos admirados de supresencia y compostura. Y, volviéndose el duque a don Quijote, le dijo:

— En fin, famoso caballero, no pueden las tinieblas de malicia ni de laignorancia encubrir y escurecer la luz del valor y de la virtud. Digo estoporque apenas ha seis días que la vuestra bondad está en este castillo,cuando ya os vienen a buscar de lueñas y apartadas tierras, y no encarrozas ni en dromedarios, sino a pie y en ayunas; los tristes, losafligidos, confiados que han de hallar en ese fortísimo brazo el remedio desus cuitas y trabajos, merced a vuestras grandes hazañas, que corren yrodean todo lo desc