Don Quijote by Miguel de Cervantes Saavedra - HTML preview

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— Hijo de puta —dijo la dueña, toda ya encendida en cólera—, si soy vieja ono, a Dios daré la cuenta, que no a vos, bellaco, harto de ajos.

Y esto dijo en voz tan alta, que lo oyó la duquesa; y, volviendo y viendo ala dueña tan alborotada y tan encarnizados los ojos, le preguntó con quiénlas había.

— Aquí las he —respondió la dueña— con este buen hombre, que me ha pedidoencarecidamente que vaya a poner en la caballeriza a un asno suyo que estáa la puerta del castillo, trayéndome por ejemplo que así lo hicieron no sédónde, que unas damas curaron a un tal Lanzarote, y unas dueñas a surocino, y, sobre todo, por buen término me ha llamado vieja.

— Eso tuviera yo por afrenta —respondió la duquesa—, más que cuantaspudieran decirme.

Y, hablando con Sancho, le dijo:

— Advertid, Sancho amigo, que doña Rodríguez es muy moza, y que aquellastocas más las trae por autoridad y por la usanza que por los años.

— Malos sean los que me quedan por vivir —respondió Sancho—, si lo dije portanto; sólo lo dije porque es tan grande el cariño que tengo a mi jumento,que me pareció que no podía encomendarle a persona más caritativa que a laseñora doña Rodríguez.

Don Quijote, que todo lo oía, le dijo:

— ¿Pláticas son éstas, Sancho, para este lugar?

— Señor —respondió Sancho—, cada uno ha de hablar de su menester dondequieraque estuviere; aquí se me acordó del rucio, y aquí hablé dél; y si en lacaballeriza se me acordara, allí hablara.

A lo que dijo el duque:

— Sancho está muy en lo cierto, y no hay que culparle en nada; al rucio sele dará recado a pedir de boca, y descuide Sancho, que se le tratará como asu mesma persona.

Con estos razonamientos, gustosos a todos sino a don Quijote, llegaron a loalto y entraron a don Quijote en una sala adornada de telas riquísimas deoro y de brocado; seis doncellas le desarmaron y sirvieron de pajes, todasindustriadas y advertidas del duque y de la duquesa de lo que habían dehacer, y de cómo habían de tratar a don Quijote, para que imaginase y vieseque le trataban como caballero andante. Quedó don Quijote, después dedesarmado, en sus estrechos greguescos y en su jubón de camuza, seco, alto,tendido, con las quijadas, que por de dentro se besaba la una con la otra;figura que, a no tener cuenta las doncellas que le servían con disimular larisa —que fue una de las precisas órdenes que sus señores les habían dado—,reventaran riendo.

Pidiéronle que se dejase desnudar para una camisa, pero nunca lo consintió,diciendo que la honestidad parecía tan bien en los caballeros andantes comola valentía. Con todo, dijo que diesen la camisa a Sancho, y, encerrándosecon él en una cuadra donde estaba un rico lecho, se desnudó y vistió lacamisa; y, viéndose solo con Sancho, le dijo:

— Dime, truhán moderno y majadero antiguo: ¿parécete bien deshonrar yafrentar a una dueña tan veneranda y tan digna de respeto como aquélla?¿Tiempos eran aquéllos para acordarte del rucio, o señores son éstos paradejar mal pasar a las bestias, tratando tan elegantemente a sus dueños? Porquien Dios es, Sancho, que te reportes, y que no descubras la hilaza demanera que caigan en la cuenta de que eres de villana y grosera telatejido. Mira, pecador de ti, que en tanto más es tenido el señor cuantotiene más honrados y bien nacidos criados, y que una de las ventajasmayores que llevan los príncipes a los demás hombres es que se sirven decriados tan buenos como ellos. ¿No adviertes, angustiado de ti, ymalaventurado de mí, que si veen que tú eres un grosero villano, o unmentecato gracioso, pensarán que yo soy algún echacuervos, o algúncaballero de mohatra? No, no, Sancho amigo, huye, huye destosinconvinientes, que quien tropieza en hablador y en gracioso, al primerpuntapié cae y da en truhán desgraciado. Enfrena la lengua, considera yrumia las palabras antes que te salgan de la boca, y advierte que hemosllegado a parte donde, con el favor de Dios y valor de mi brazo, hemos desalir mejorados en tercio y quinto en fama y en hacienda.

Sancho le prometió con muchas veras de coserse la boca, o morderse lalengua, antes de hablar palabra que no fuese muy a propósito y bienconsiderada, como él se lo mandaba, y que descuidase acerca de lo tal, quenunca por él se descubriría quién ellos eran.

Vistióse don Quijote, púsose su tahalí con su espada, echóse el mantón deescarlata a cuestas, púsose una montera de raso verde que las doncellas ledieron, y con este adorno salió a la gran sala, adonde halló a lasdoncellas puestas en ala, tantas a una parte como a otra, y todas conaderezo de darle aguamanos, la cual le dieron con muchas reverencias yceremonias.

Luego llegaron doce pajes con el maestresala, para llevarle a comer, que yalos señores le aguardaban. Cogiéronle en medio, y, lleno de pompa ymajestad, le llevaron a otra sala, donde estaba puesta una rica mesa consolos cuatro servicios. La duquesa y el duque salieron a la puerta de lasala a recebirle, y con ellos un grave eclesiástico, destos que gobiernanlas casas de los príncipes; destos que, como no nacen príncipes, noaciertan a enseñar cómo lo han de ser los que lo son; destos que quierenque la grandeza de los grandes se mida con la estrecheza de sus ánimos;destos que, queriendo mostrar a los que ellos gobiernan a ser limitados,les hacen ser miserables; destos tales, digo que debía de ser el gravereligioso que con los duques salió a recebir a don Quijote. Hiciéronse milcorteses comedimientos, y, finalmente, cogiendo a don Quijote en medio, sefueron a sentar a la mesa.

Convidó el duque a don Quijote con la cabecera de la mesa, y aunque él lorehusó, las importunaciones del duque fueron tantas que la hubo de tomar.El eclesiástico se sentó frontero, y el duque y la duquesa a los dos lados.

A todo estaba presente Sancho, embobado y atónito de ver la honra que a suseñor aquellos príncipes le hacían; y, viendo las muchas ceremonias yruegos que pasaron entre el duque y don Quijote para hacerle sentar a lacabecera de la mesa, dijo:

— Si sus mercedes me dan licencia, les contaré un cuento que pasó en mipueblo acerca desto de los asientos.

Apenas hubo dicho esto Sancho, cuando don Quijote tembló, creyendo sin dudaalguna que había de decir alguna necedad. Miróle Sancho y entendióle, ydijo:

— No tema vuesa merced, señor mío, que yo me desmande, ni que diga cosa queno venga muy a pelo, que no se me han olvidado los consejos que poco havuesa merced me dio sobre el hablar mucho o poco, o bien o mal.

— Yo no me acuerdo de nada, Sancho —respondió don Quijote—; di lo quequisieres, como lo digas presto.

— Pues lo que quiero decir —dijo Sancho— es tan verdad, que mi señor donQuijote, que está presente, no me dejará mentir.

— Por mí —replicó don Quijote—, miente tú, Sancho, cuanto quisieres, que yono te iré a la mano, pero mira lo que vas a decir.

— Tan mirado y remirado lo tengo, que a buen salvo está el que repica, comose verá por la obra.

— Bien será —dijo don Quijote— que vuestras grandezas manden echar de aquí aeste tonto, que dirá mil patochadas.

— Por vida del duque —dijo la duquesa—, que no se ha de apartar de mí Sanchoun punto: quiérole yo mucho, porque sé que es muy discreto.

— Discretos días —dijo Sancho— viva vuestra santidad por el buen crédito quede mí tiene, aunque en mí no lo haya. Y el cuento que quiero decir es éste:«Convidó un hidalgo de mi pueblo, muy rico y principal, porque venía de losÁlamos de Medina del Campo, que casó con doña Mencía de Quiñones, que fuehija de don Alonso de Marañón, caballero del hábito de Santiago, que seahogó en la Herradura, por quien hubo aquella pendencia años ha en nuestrolugar, que, a lo que entiendo, mi señor don Quijote se halló en ella, dedonde salió herido Tomasillo el Travieso, el hijo de Balbastro elherrero...» ¿No es verdad todo esto, señor nuestro amo? Dígalo, por suvida, porque estos señores no me tengan por algún hablador mentiroso.

— Hasta ahora —dijo el eclesiástico—, más os tengo por hablador que pormentiroso, pero de aquí adelante no sé por lo que os tendré.

— Tú das tantos testigos, Sancho, y tantas señas, que no puedo dejar dedecir que debes de decir verdad. Pasa adelante y acorta el cuento, porquellevas camino de no acabar en dos días.

— No ha de acortar tal —dijo la duquesa—, por hacerme a mí placer; antes, leha de contar de la manera que le sabe, aunque no le acabe en seis días; quesi tantos fuesen, serían para mí los mejores que hubiese llevado en mivida.

— «Digo, pues, señores míos —prosiguió Sancho—, que este tal hidalgo, que yoconozco como a mis manos, porque no hay de mi casa a la suya un tiro deballesta, convidó un labrador pobre, pero honrado.»

— Adelante, hermano —dijo a esta sazón el religioso—, que camino lleváis deno parar con vuestro cuento hasta el otro mundo.

— A menos de la mitad pararé, si Dios fuere servido —respondió Sancho—. «Yasí, digo que, llegando el tal labrador a casa del dicho hidalgoconvidador, que buen poso haya su ánima, que ya es muerto, y por más señasdicen que hizo una muerte de un ángel, que yo no me hallé presente, quehabía ido por aquel tiempo a segar a Tembleque...»

— Por vida vuestra, hijo, que volváis presto de Tembleque, y que, sinenterrar al hidalgo, si no queréis hacer más exequias, acabéis vuestrocuento.

— «Es, pues, el caso —replicó Sancho— que, estando los dos para asentarse ala mesa, que parece que ahora los veo más que nunca...»

Gran gusto recebían los duques del disgusto que mostraba tomar el buenreligioso de la dilación y pausas con que Sancho contaba su cuento, y donQuijote se estaba consumiendo en cólera y en rabia.

— «Digo, así —dijo Sancho—, que, estando, como he dicho, los dos parasentarse a la mesa, el labrador porfiaba con el hidalgo que tomase lacabecera de la mesa, y el hidalgo porfiaba también que el labrador latomase, porque en su casa se había de hacer lo que él mandase; pero ellabrador, que presumía de cortés y bien criado, jamás quiso, hasta que elhidalgo, mohíno, poniéndole ambas manos sobre los hombros, le hizo sentarpor fuerza, diciéndole: ''Sentaos, majagranzas, que adondequiera que yo mesiente será vuestra cabecera''.» Y éste es el cuento, y en verdad que creoque no ha sido aquí traído fuera de propósito.

Púsose don Quijote de mil colores, que sobre lo moreno le jaspeaban y se leparecían; los señores disimularon la risa, porque don Quijote no acabase decorrerse, habiendo entendido la malicia de Sancho; y, por mudar de pláticay hacer que Sancho no prosiguiese con otros disparates, preguntó la duquesaa don Quijote que qué nuevas tenía de la señora Dulcinea, y que si le habíaenviado aquellos días algunos presentes de gigantes o malandrines, pues nopodía dejar de haber vencido muchos. A lo que don Quijote respondió:

— Señora mía, mis desgracias, aunque tuvieron principio, nunca tendrán fin.Gigantes he vencido, y follones y malandrines le he enviado, pero ¿adóndela habían de hallar, si está encantada y vuelta en la más fea labradora queimaginar se puede?

— No sé —dijo Sancho Panza—, a mí me parece la más hermosa criatura delmundo; a lo menos, en la ligereza y en el brincar bien sé yo que no daráella la ventaja a un volteador; a buena fe, señora duquesa, así salta desdeel suelo sobre una borrica como si fuera un gato.

— ¿Habéisla visto vos encantada, Sancho? —preguntó el duque.

— Y ¡cómo si la he visto! —respondió Sancho—. Pues, ¿quién diablos sino yofue el primero que cayó en el achaque del encantorio? ¡Tan encantada estácomo mi padre!

El eclesiástico, que oyó decir de gigantes, de follones y de encantos, cayóen la cuenta de que aquél debía de ser don Quijote de la Mancha, cuyahistoria leía el duque de ordinario, y él se lo había reprehendido muchasveces, diciéndole que era disparate leer tales disparates; y, enterándoseser verdad lo que sospechaba, con mucha cólera, hablando con el duque, ledijo:

— Vuestra Excelencia, señor mío, tiene que dar cuenta a Nuestro Señor de loque hace este buen hombre. Este don Quijote, o don Tonto, o como se llama,imagino yo que no debe de ser tan mentecato como Vuestra Excelencia quiereque sea, dándole ocasiones a la mano para que lleve adelante sus sandeces yvaciedades.

Y, volviendo la plática a don Quijote, le dijo:

— Y a vos, alma de cántaro, ¿quién os ha encajado en el celebro que soiscaballero andante y que vencéis gigantes y prendéis malandrines? Andad enhora buena, y en tal se os diga: volveos a vuestra casa, y criad vuestroshijos, si los tenéis, y curad de vuestra hacienda, y dejad de andar vagandopor el mundo, papando viento y dando que reír a cuantos os conocen y noconocen. ¿En dónde, nora tal, habéis vos hallado que hubo ni hay ahoracaballeros andantes? ¿Dónde hay gigantes en España, o malandrines en laMancha, ni Dulcineas encantadas, ni toda la caterva de las simplicidadesque de vos se cuentan?

Atento estuvo don Quijote a las razones de aquel venerable varón, y, viendoque ya callaba, sin guardar respeto a los duques, con semblante airado yalborotado rostro, se puso en pie y dijo...

Pero esta respuesta capítulo por sí merece.

Capítulo XXXII. De la respuesta que dio don Quijote a su reprehensor, conotros graves y graciosos sucesos

Levantado, pues, en pie don Quijote, temblando de los pies a la cabeza comoazogado, con presurosa y turbada lengua, dijo:

— El lugar donde estoy, y la presencia ante quien me hallo y el respeto quesiempre tuve y tengo al estado que vuesa merced profesa tienen y atan lasmanos de mi justo enojo; y, así por lo que he dicho como por saber quesaben todos que las armas de los togados son las mesmas que las de lamujer, que son la lengua, entraré con la mía en igual batalla con vuesamerced, de quien se debía esperar antes buenos consejos que infamesvituperios. Las reprehensiones santas y bien intencionadas otrascircunstancias requieren y otros puntos piden: a lo menos, el habermereprehendido en público y tan ásperamente ha pasado todos los límites de labuena reprehensión, pues las primeras mejor asientan sobre la blandura quesobre la aspereza, y no es bien que, sin tener conocimiento del pecado quese reprehende, llamar al pecador, sin más ni más, mentecato y tonto. Si no,dígame vuesa merced: ¿por cuál de las mentecaterías que en mí ha visto mecondena y vitupera, y me manda que me vaya a mi casa a tener cuenta en elgobierno della y de mi mujer y de mis hijos, sin saber si la tengo o lostengo? ¿No hay más sino a troche moche entrarse por las casas ajenas agobernar sus dueños, y, habiéndose criado algunos en la estrecheza de algúnpupilaje, sin haber visto más mundo que el que puede contenerse en veinte otreinta leguas de distrito, meterse de rondón a dar leyes a la caballería ya juzgar de los caballeros andantes? ¿Por ventura es asumpto vano o estiempo mal gastado el que se gasta en vagar por el mundo, no buscando losregalos dél, sino las asperezas por donde los buenos suben al asiento de lainmortalidad? Si me tuvieran por tonto los caballeros, los magníficos, losgenerosos, los altamente nacidos, tuviéralo por afrenta inreparable; perode que me tengan por sandio los estudiantes, que nunca entraron ni pisaronlas sendas de la caballería, no se me da un ardite: caballero soy ycaballero he de morir si place al Altísimo. Unos van por el ancho campo dela ambición soberbia; otros, por el de la adulación servil y baja; otros,por el de la hipocresía engañosa, y algunos, por el de la verdaderareligión; pero yo, inclinado de mi estrella, voy por la angosta senda de lacaballería andante, por cuyo ejercicio desprecio la hacienda, pero no lahonra.

Yo he satisfecho agravios, enderezado tuertos, castigadoinsolencias, vencido gigantes y atropellado vestiglos; yo soy enamorado, nomás de porque es forzoso que los caballeros andantes lo sean; y, siéndolo,no soy de los enamorados viciosos, sino de los platónicos continentes. Misintenciones siempre las enderezo a buenos fines, que son de hacer bien atodos y mal a ninguno; si el que esto entiende, si el que esto obra, si elque desto trata merece ser llamado bobo, díganlo vuestras grandezas, duquey duquesa excelentes.

— ¡Bien, por Dios! —dijo Sancho—. No diga más vuestra merced, señor y amomío, en su abono, porque no hay más que decir, ni más que pensar, ni másque perseverar en el mundo. Y

más, que, negando este señor, como ha negado,que no ha habido en el mundo, ni los hay, caballeros andantes, ¿qué muchoque no sepa ninguna de las cosas que ha dicho?

— ¿Por ventura —dijo el eclesiástico— sois vos, hermano, aquel Sancho Panzaque dicen, a quien vuestro amo tiene prometida una ínsula?

— Sí soy —respondió Sancho—; y soy quien la merece tan bien como otrocualquiera; soy quien

"júntate a los buenos y serás uno dellos", y soy yode aquellos "no con quien naces, sino con quien paces", y de los "quien abuen árbol se arrima, buena sombra le cobija". Yo me he arrimado a buenseñor, y ha muchos meses que ando en su compañía, y he de ser otro como él,Dios queriendo; y viva él y viva yo: que ni a él le faltarán imperios quemandar ni a mí ínsulas que gobernar.

— No, por cierto, Sancho amigo —dijo a esta sazón el duque—, que yo, ennombre del señor don Quijote, os mando el gobierno de una que tengo denones, de no pequeña calidad.

— Híncate de rodillas, Sancho —dijo don Quijote—, y besa los pies a SuExcelencia por la merced que te ha hecho.

Hízolo así Sancho; lo cual visto por el eclesiástico, se levantó de lamesa, mohíno además, diciendo:

— Por el hábito que tengo, que estoy por decir que es tan sandio VuestraExcelencia como estos pecadores. ¡Mirad si no han de ser ellos locos, pueslos cuerdos canonizan sus locuras! Quédese Vuestra Excelencia con ellos;que, en tanto que estuvieren en casa, me estaré yo en la mía, y me escusaréde reprehender lo que no puedo remediar.

Y, sin decir más ni comer más, se fue, sin que fuesen parte a detenerle losruegos de los duques; aunque el duque no le dijo mucho, impedido de la risaque su impertinente cólera le había causado. Acabó de reír y dijo a donQuijote:

— Vuesa merced, señor Caballero de los Leones, ha respondido por sí tanaltamente que no le queda cosa por satisfacer deste que, aunque pareceagravio, no lo es en ninguna manera; porque, así como no agravian lasmujeres, no agravian los eclesiásticos, como vuesa merced mejor sabe.

— Así es —respondió don Quijote—, y la causa es que el que no puede seragraviado no puede agraviar a nadie. Las mujeres, los niños y loseclesiásticos, como no pueden defenderse, aunque sean ofendidos, no puedenser afrentados; porque entre el agravio y la afrenta hay esta diferencia,como mejor Vuestra Excelencia sabe: la afrenta viene de parte de quien lapuede hacer, y la hace y la sustenta; el agravio puede venir de cualquierparte, sin que afrente. Sea ejemplo: está uno en la calle descuidado,llegan diez con mano armada, y, dándole de palos, pone mano a la espada yhace su deber, pero la muchedumbre de los contrarios se le opone, y no ledeja salir con su intención, que es de vengarse; este tal queda agraviado,pero no afrentado. Y lo mesmo confirmará otro ejemplo: está uno vuelto deespaldas, llega otro y dale de palos, y en dándoselos huye y no espera, yel otro le sigue y no alcanza; este que recibió los palos, recibió agravio,mas no afrenta, porque la afrenta ha de ser sustentada. Si el que le diolos palos, aunque se los dio a hurtacordel, pusiera mano a su espada y seestuviera quedo, haciendo rostro a su enemigo, quedara el apaleadoagraviado y afrentado juntamente: agraviado, porque le dieron a traición;afrentado, porque el que le dio sustentó lo que había hecho, sin volver lasespaldas y a pie quedo. Y así, según las leyes del maldito duelo, yo puedoestar agraviado, mas no afrentado; porque los niños no sienten, ni lasmujeres, ni pueden huir, ni tienen para qué esperar, y lo mesmo losconstituidos en la sacra religión, porque estos tres géneros de gentecarecen de armas ofensivas y defensivas; y así, aunque naturalmente esténobligados a defenderse, no lo están para ofender a nadie. Y, aunque poco hadije que yo podía estar agraviado, agora digo que no, en ninguna manera,porque quien no puede recebir afrenta, menos la puede dar; por las cualesrazones yo no debo sentir, ni siento, las que aquel buen hombre me hadicho; sólo quisiera que esperara algún poco, para darle a entender en elerror en que está en pensar y decir que no ha habido, ni los hay,caballeros andantes en el mundo; que si lo tal oyera Amadís, o uno de losinfinitos de su linaje, yo sé que no le fuera bien a su merced.

— Eso juro yo bien —dijo Sancho—: cuchillada le hubieran dado que leabrieran de arriba abajo como una granada, o como a un melón muy maduro.¡Bonitos eran ellos para sufrir semejantes cosquillas! Para mi santiguada,que tengo por cierto que si Reinaldos de Montalbán hubiera oído estasrazones al hombrecito, tapaboca le hubiera dado que no hablara más en tresaños. ¡No, sino tomárase con ellos y viera cómo escapaba de sus manos!

Perecía de risa la duquesa en oyendo hablar a Sancho, y en su opinión letenía por más gracioso y por más loco que a su amo; y muchos hubo en aqueltiempo que fueron deste mismo parecer.

Finalmente, don Quijote se sosegó, yla comida se acabó, y, en levantando los manteles, llegaron cuatrodoncellas, la una con una fuente de plata, y la otra con un aguamanil,asimismo de plata, y la otra con dos blanquísimas y riquísimas toallas alhombro, y la cuarta descubiertos los brazos hasta la mitad, y en susblancas manos —que sin duda eran blancas— una redonda pella de jabónnapolitano. Llegó la de la fuente, y con gentil donaire y desenvolturaencajó la fuente debajo de la barba de don Quijote; el cual, sin hablarpalabra, admirado de semejante ceremonia, creyendo que debía ser usanza deaquella tierra en lugar de las manos lavar las barbas, y así tendió la suyatodo cuanto pudo, y al mismo punto comenzó a llover el aguamanil, y ladoncella del jabón le manoseó las barbas con mucha priesa, levantando coposde nieve, que no eran menos blancas las jabonaduras, no sólo por lasbarbas, mas por todo el rostro y por los ojos del obediente caballero,tanto, que se los hicieron cerrar por fuerza.

El duque y la duquesa, que de nada desto eran sabidores, estaban esperandoen qué había de parar tan extraordinario lavatorio. La doncella barbera,cuando le tuvo con un palmo de jabonadura, fingió que se le había acabadoel agua, y mandó a la del aguamanil fuese por ella, que el señor donQuijote esperaría. Hízolo así, y quedó don Quijote con la más estrañafigura y más para hacer reír que se pudiera imaginar.

Mirábanle todos los que presentes estaban, que eran muchos, y como le veíancon media vara de cuello, más que medianamente moreno, los ojos cerrados ylas barbas llenas de jabón, fue gran maravilla y mucha discreción poderdisimular la risa; las doncellas de la burla tenían los ojos bajos, sinosar mirar a sus señores; a ellos les retozaba la cólera y la risa en elcuerpo, y no sabían a qué acudir: o a castigar el atrevimiento de lasmuchachas, o darles premio por el gusto que recibían de ver a don Quijotede aquella suerte.

Finalmente, la doncella del aguamanil vino, y acabaron de lavar a donQuijote, y luego la que traía las toallas le limpió y le enjugó muyreposadamente; y, haciéndole todas cuatro a la par una grande y profundainclinación y reverencia, se querían ir; pero el duque, porque don Quijoteno cayese en la burla, llamó a la doncella de la fuente, diciéndole:

— Venid y lavadme a mí, y mirad que no se os acabe el agua.

La muchacha, aguda y diligente, llegó y puso la fuente al duque como a donQuijote, y, dándose prisa, le lavaron y jabonaron muy bien, y, dejándoleenjuto y limpio, haciendo reverencias se fueron. Después se supo que habíajurado el duque que si a él no le lavaran como a don Quijote, había decastigar su desenvoltura, lo cual habían enmendado discretamente conhaberle a él jabonado.

Estaba atento Sancho a las ceremonias de aquel lavatorio, y dijo entre sí:

— ¡Válame Dios! ¿Si será también usanza en esta tierra lavar las barbas alos escuderos como a los caballeros? Porque, en Dios y en mi ánima que lohe bien menester, y aun que si me las rapasen a navaja, lo tendría a másbeneficio.

— ¿Qué decís entre vos, Sancho? —preguntó la duquesa.

— Digo, señora —respondió él—, que en las cortes de los otros príncipessiempre he oído decir que en levantando los manteles dan agua a las manos,pero no lejía a las barbas; y que por eso es bueno vivir mucho, por vermucho; aunque también dicen que el que larga vida vive mucho mal ha depasar, puesto que pasar por un lavatorio de éstos antes es gusto quetrabajo.

— No tengáis pena, amigo Sancho —dijo la duquesa—, que yo haré que misdoncellas os laven, y aun os metan en colada, si fuere menester.

— Con las barbas me contento —respondió Sancho—, por ahora a lo menos, queandando el tiempo, Dios dijo lo que será.

— Mirad, maestresala —dijo la duquesa—, lo que el buen Sancho pide, ycumplidle su voluntad al pie de la letra.

El maestresala respondió que en todo sería servido el señor Sancho, y conesto se fue a comer, y llevó consigo a Sancho, quedándose a la mesa losduques y don Quijote, hablando en muchas y diversas cosas; pero todastocantes al ejercicio de las armas y de la andante caballería.

La duquesa rogó a don Quijote que le delinease y describiese, pues parecíatener felice memoria, la hermosura y facciones de la señora Dulcinea delToboso; que, según lo que la fama pregonaba de su belleza, tenía porentendido que debía de ser la más bella criatura del orbe, y aun de toda laMancha. Sospiró don Quijote, oyendo lo que la duquesa le mandaba, y dijo:

— Si yo pudiera sacar mi corazón y ponerle ante los ojos de vuestragrandeza, aquí, sobre esta mesa y en un plato, quitara el trabajo a milengua de decir lo que apenas se puede pensar, porque Vuestra Excelencia laviera en él toda retratada; pero, ¿para qué es ponerme yo ahora a delineary describir punto por punto y parte por parte la hermosura de la sin parDulcinea, siendo carga digna de otros hombros que de los míos, empresa enquien se debían ocupar los pinceles de Parrasio, de Timantes y de Apeles, ylos buriles de Lisipo, para pintarla y grabarla en tablas, en mármoles y enbronces, y la retórica ciceroniana y demostina para alabarla?

— ¿Qué quiere decir demostina, señor don Quijote —preguntó la duquesa—, quees vocablo que no le he oído en todos los días de mi vida?

— Retórica demostina —respondió don Quijote— es lo mismo que decir retóricade Demóstenes, como ciceroniana, de Cicerón, que fueron los dos mayoresretóricos del mundo.

— Así es —dijo el duque—, y habéis andado deslumbrada en la tal pregunta.Pero, con todo eso, nos daría gran gusto el señor don Quijote si nos lapintase; que a buen seguro que, aunque sea en rasguño y bosquejo, que ellasalga tal, que la tengan invidia las más hermosas.

— Sí hiciera, por cierto —respondió don Quijote—, si no me la hubieraborrado de la idea la desgracia que poco ha que le sucedió, que es tal, quemás estoy para llorarla que para describirla; porque habrán de sabervuestras grandezas que, yendo los días pasados a besarle las manos, y arecebir su bendición, beneplácito y licencia para esta tercera salida,hallé otra de la que buscaba: halléla encantada y convertida de princesa enlabradora, de hermosa en fea, de ángel en diablo, de olorosa en pestífera,de bien hablada en rústica, de reposada en brincadora, de luz en tinieblas,y, finalmente, de Dulcinea del Toboso en una villana de Sayago.

— ¡Válame Dios! —dando una gran voz, dijo a este instante el duque—. ¿Quiénha sido el que tanto mal ha hecho al mundo? ¿Quién ha quitado dél labelleza que le alegraba, el donaire que le entretenía y la honestidad quele acreditaba?

— ¿Quién? —respondió don Quijote—. ¿Quién puede ser sino algún malignoencantador de los muchos invidiosos que me persiguen? Esta raza maldita,nacida en el mundo para escurecer y aniquilar las hazañas de los buenos, ypara dar luz y levantar los fechos de los malos. Perseguido me hanencantadores, encantadores me persiguen y encantadores me persiguirán hastadar conmigo y con mis altas caballerías en el profundo abismo del olvido; yen aquella parte me dañan y hieren donde veen que más lo si