Don Quijote by Miguel de Cervantes Saavedra - HTML preview

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— Verdad debe de decir mi señor —dijo Sancho—, que, como todas las cosas quele han sucedido son por encantamento, quizá lo que a nosotros nos parece unhora, debe de parecer allá tres días con sus noches.

— Así será —respondió don Quijote.

— Y ¿ha comido vuestra merced en todo este tiempo, señor mío? —preguntó elprimo.

— No me he desayunado de bocado —respondió don Quijote—, ni aun he tenidohambre, ni por pensamiento.

— Y los encantados, ¿comen? —dijo el primo.

— No comen —respondió don Quijote—, ni tienen escrementos mayores; aunque esopinión que les crecen las uñas, las barbas y los cabellos.

— ¿Y duermen, por ventura, los encantados, señor? —preguntó Sancho.

— No, por cierto —respondió don Quijote—; a lo menos, en estos tres días queyo he estado con ellos, ninguno ha pegado el ojo, ni yo tampoco.

— Aquí encaja bien el refrán —dijo Sancho— de dime con quién andas, decirtehe quién eres: ándase vuestra merced con encantados ayunos y vigilantes,mirad si es mucho que ni coma ni duerma mientras con ellos anduviere. Peroperdóneme vuestra merced, señor mío, si le digo que de todo cuanto aquí hadicho, lléveme Dios, que iba a decir el diablo, si le creo cosa alguna.

— ¿Cómo no? —dijo el primo—, pues ¿había de mentir el señor don Quijote,que, aunque quisiera, no ha tenido lugar para componer e imaginar tantomillón de mentiras?

— Yo no creo que mi señor miente —respondió Sancho.

— Si no, ¿qué crees? —le preguntó don Quijote.

— Creo —respondió Sancho— que aquel Merlín, o aquellos encantadores queencantaron a toda la chusma que vuestra merced dice que ha visto ycomunicado allá bajo, le encajaron en el magín o la memoria toda esamáquina que nos ha contado, y todo aquello que por contar le queda.

— Todo eso pudiera ser, Sancho —replicó don Quijote—, pero no es así, porquelo que he contado lo vi por mis propios ojos y lo toqué con mis mismasmanos. Pero, ¿qué dirás cuando te diga yo ahora cómo, entre otras infinitascosas y maravillas que me mostró Montesinos, las cuales despacio y a sustiempos te las iré contando en el discurso de nuestro viaje, por no sertodas deste lugar, me mostró tres labradoras que por aquellos amenísimoscampos iban saltando y brincando como cabras; y, apenas las hube visto,cuando conocí ser la una la sin par Dulcinea del Toboso, y las otras dosaquellas mismas labradoras que venían con ella, que hablamos a la salidadel Toboso? Pregunté a Montesinos si las conocía, respondióme que no, peroque él imaginaba que debían de ser algunas señoras principales encantadas,que pocos días había que en aquellos prados habían parecido; y que no memaravillase desto, porque allí estaban otras muchas señoras de los pasadosy presentes siglos, encantadas en diferentes y estrañas figuras, entre lascuales conocía él a la reina Ginebra y su dueña Quintañona, escanciando elvino a Lanzarote, cuando de Bretaña vino.

Cuando Sancho Panza oyó decir esto a su amo, pensó perder el juicio, omorirse de risa; que, como él sabía la verdad del fingido encanto deDulcinea, de quien él había sido el encantador y el levantador de taltestimonio, acabó de conocer indubitablemente que su señor estaba fuera dejuicio y loco de todo punto; y así, le dijo:

— En mala coyuntura y en peor sazón y en aciago día bajó vuestra merced,caro patrón mío, al otro mundo, y en mal punto se encontró con el señorMontesinos, que tal nos le ha vuelto. Bien se estaba vuestra merced acáarriba con su entero juicio, tal cual Dios se le había dado, hablandosentencias y dando consejos a cada paso, y no agora, contando los mayoresdisparates que pueden imaginarse.

— Como te conozco, Sancho —respondió don Quijote—, no hago caso de tuspalabras.

— Ni yo tampoco de las de vuestra merced —replicó Sancho—, siquiera mehiera, siquiera me mate por las que le he dicho, o por las que le piensodecir si en las suyas no se corrige y enmienda. Pero dígame vuestra merced,ahora que estamos en paz: ¿cómo o en qué conoció a la señora nuestra ama? Ysi la habló, ¿qué dijo, y qué le respondió?

— Conocíla —respondió don Quijote— en que trae los mesmos vestidos que traíacuando tú me le mostraste. Habléla, pero no me respondió palabra; antes, mevolvió las espaldas, y se fue huyendo con tanta priesa, que no la alcanzarauna jara. Quise seguirla, y lo hiciera, si no me aconsejara Montesinos queno me cansase en ello, porque sería en balde, y más porque se llegaba lahora donde me convenía volver a salir de la sima. Díjome asimesmo que,andando el tiempo, se me daría aviso cómo habían de ser desencantados él, yBelerma y Durandarte, con todos los que allí estaban; pero lo que más pename dio, de las que allí vi y noté, fue que, estándome diciendo Montesinosestas razones, se llegó a mí por un lado, sin que yo la viese venir, una delas dos compañeras de la sin ventura Dulcinea, y, llenos los ojos delágrimas, con turbada y baja voz, me dijo: ''Mi señora Dulcinea del Tobosobesa a vuestra merced las manos, y suplica a vuestra merced se la haga dehacerla saber cómo está; y que, por estar en una gran necesidad, asimismosuplica a vuestra merced, cuan encarecidamente puede, sea servido deprestarle sobre este faldellín que aquí traigo, de cotonía, nuevo, mediadocena de reales, o los que vuestra merced tuviere, que ella da su palabrade volvérselos con mucha brevedad''. Suspendióme y admiróme el tal recado,y, volviéndome al señor Montesinos, le pregunté: ''¿Es posible, señorMontesinos, que los encantados principales padecen necesidad?'' A lo que élme respondió: ' Créame vuestra merced, señor don Quijote de la Mancha, queésta que llaman necesidad adondequiera se usa, y por todo se estiende, y atodos alcanza, y aun hasta los encantados no perdona; y, pues la señoraDulcinea del Toboso envía a pedir esos seis reales, y la prenda es buena,según parece, no hay sino dárselos; que, sin duda, debe de estar puesta enalgún grande aprieto''. ''Prenda, no la tomaré yo —le respondí—, ni menosle daré lo que pide, porque no tengo sino solos cuatro reales''; los cualesle di (que fueron los que tú, Sancho, me diste el otro día para dar limosnaa los pobres que topase por los caminos), y le dije: ''Decid, amiga mía, avuesa señora que a mí me pesa en el alma de sus trabajos, y que quisieraser un Fúcar para remediarlos; y que le hago saber que yo no puedo ni debotener salud careciendo de su agradable vista y discreta conversación, y quele suplico, cuan encarecidamente puedo, sea servida su merced de dejarsever y tratar deste su cautivo servidor y asendereado caballero. Diréisletambién que, cuando menos se lo piense, oirá decir como yo he hecho unjuramento y voto, a modo de aquel que hizo el marqués de Mantua, de vengara su sobrino Baldovinos, cuando le halló para espirar en mitad de lamontiña, que fue de no comer pan a manteles, con las otras zarandajas queallí añadió, hasta vengarle; y así le haré yo de no sosegar, y de andar lassiete partidas del mundo, con más puntualidad que las anduvo el infante donPedro de Portugal, hasta desencantarla''. ''Todo eso, y más, debe vuestramerced a mi señora'', me respondió la doncella. Y, tomando los cuatroreales, en lugar de hacerme una reverencia, hizo una cabriola, que selevantó dos varas de medir en el aire.

— ¡Oh santo Dios! —dijo a este tiempo dando una gran voz Sancho—. ¿Esposible que tal hay en el mundo, y que tengan en él tanta fuerza losencantadores y encantamentos, que hayan trocado el buen juicio de mi señoren una tan disparatada locura? ¡Oh señor, señor, por quien Dios es, quevuestra merced mire por sí y vuelva por su honra, y no dé crédito a esasvaciedades que le tienen menguado y descabalado el sentido!

— Como me quieres bien, Sancho, hablas desa manera —dijo don Quijote—; y,como no estás experimentado en las cosas del mundo, todas las cosas quetienen algo de dificultad te parecen imposibles; pero andará el tiempo,como otra vez he dicho, y yo te contaré algunas de las que allá abajo hevisto, que te harán creer las que aquí he contado, cuya verdad ni admiteréplica ni disputa.

Capítulo XXIV. Donde se cuentan mil zarandajas tan impertinentes comonecesarias al verdadero entendimiento desta grande historia Dice el que tradujo esta grande historia del original, de la que escribiósu primer autor Cide Hamete Benengeli, que, llegando al capítulo de laaventura de la cueva de Montesinos, en el margen dél estaban escritas, demano del mesmo Hamete, estas mismas razones:

''No me puedo dar a entender, ni me puedo persuadir, que al valeroso donQuijote le pasase puntualmente todo lo que en el antecedente capítulo quedaescrito: la razón es que todas las aventuras hasta aquí sucedidas han sidocontingibles y verisímiles, pero ésta desta cueva no le hallo entradaalguna para tenerla por verdadera, por ir tan fuera de los términosrazonables. Pues pensar yo que don Quijote mintiese, siendo el másverdadero hidalgo y el más noble caballero de sus tiempos, no es posible;que no dijera él una mentira si le asaetearan. Por otra parte, consideroque él la contó y la dijo con todas las circunstancias dichas, y que nopudo fabricar en tan breve espacio tan gran máquina de disparates; y siesta aventura parece apócrifa, yo no tengo la culpa; y así, sin afirmarlapor falsa o verdadera, la escribo. Tú, letor, pues eres prudente, juzga loque te pareciere, que yo no debo ni puedo más; puesto que se tiene porcierto que al tiempo de su fin y muerte dicen que se retrató della, y dijoque él la había inventado, por parecerle que convenía y cuadraba bien conlas aventuras que había leído en sus historias''.

Y luego prosigue, diciendo:

Espantóse el primo, así del atrevimiento de Sancho Panza como de lapaciencia de su amo, y juzgó que del contento que tenía de haber visto a suseñora Dulcinea del Toboso, aunque encantada, le nacía aquella condiciónblanda que entonces mostraba; porque, si así no fuera, palabras y razonesle dijo Sancho, que merecían molerle a palos; porque realmente le parecióque había andado atrevidillo con su señor, a quien le dijo:

— Yo, señor don Quijote de la Mancha, doy por bien empleadísima la jornadaque con vuestra merced he hecho, porque en ella he granjeado cuatro cosas.La primera, haber conocido a vuestra merced, que lo tengo a gran felicidad.La segunda, haber sabido lo que se encierra en esta cueva de Montesinos,con las mutaciones de Guadiana y de las lagunas de Ruidera, que me serviránpara el Ovidio español que traigo entre manos. La tercera, entender laantigüedad de los naipes, que, por lo menos, ya se usaban en tiempo delemperador Carlomagno, según puede colegirse de las palabras que vuesamerced dice que dijo Durandarte, cuando, al cabo de aquel grande espacioque estuvo hablando con él Montesinos, él despertó diciendo: ''Paciencia ybarajar''; y esta razón y modo de hablar no la pudo aprender encantado,sino cuando no lo estaba, en Francia y en tiempo del referido emperadorCarlomagno. Y esta averiguación me viene pintiparada para el otro libro quevoy componiendo , que es Suplemento de Virgilio Polidoro, en la invenciónde las antigüedades; y creo que en el suyo no se acordó de poner la de losnaipes, como la pondré yo ahora, que será de mucha importancia, y másalegando autor tan grave y tan verdadero como es el señor Durandarte. Lacuarta es haber sabido con certidumbre el nacimiento del río Guadiana,hasta ahora ignorado de las gentes.

— Vuestra merced tiene razón —dijo don Quijote—, pero querría yo saber, yaque Dios le haga merced de que se le dé licencia para imprimir esos suslibros, que lo dudo, a quién piensa dirigirlos.

— Señores y grandes hay en España a quien puedan dirigirse —dijo el primo.

— No muchos —respondió don Quijote—; y no porque no lo merezcan, sino que noquieren admitirlos, por no obligarse a la satisfación que parece se debe altrabajo y cortesía de sus autores. Un príncipe conozco yo que puede suplirla falta de los demás, con tantas ventajas que, si me atreviere a decirlas,quizá despertara la invidia en más de cuatro generosos pechos; pero quédeseesto aquí para otro tiempo más cómodo, y vamos a buscar adonde recogernosesta noche.

— No lejos de aquí —respondió el primo— está una ermita, donde hace suhabitación un ermitaño, que dicen ha sido soldado, y está en opinión de serun buen cristiano, y muy discreto y caritativo además. Junto con la ermitatiene una pequeña casa, que él ha labrado a su costa; pero, con todo,aunque chica, es capaz de recibir huéspedes.

— ¿Tiene por ventura gallinas el tal ermitaño? —preguntó Sancho.

— Pocos ermitaños están sin ellas —respondió don Quijote—, porque no son losque agora se usan como aquellos de los desiertos de Egipto, que se vestíande hojas de palma y comían raíces de la tierra. Y no se entienda que pordecir bien de aquéllos no lo digo de aquéstos, sino que quiero decir que alrigor y estrecheza de entonces no llegan las penitencias de los de agora;pero no por esto dejan de ser todos buenos; a lo menos, yo por buenos losjuzgo; y, cuando todo corra turbio, menos mal hace el hipócrita que sefinge bueno que el público pecador.

Estando en esto, vieron que hacia donde ellos estaban venía un hombre apie, caminando apriesa, y dando varazos a un macho que venía cargado delanzas y de alabardas. Cuando llegó a ellos, los saludó y pasó de largo.Don Quijote le dijo:

— Buen hombre, deteneos, que parece que vais con más diligencia que esemacho ha menester.

— No me puedo detener, señor —respondió el hombre—, porque las armas queveis que aquí llevo han de servir mañana; y así, me es forzoso el nodetenerme, y a Dios. Pero si quisiéredes saber para qué las llevo, en laventa que está más arriba de la ermita pienso alojar esta noche; y si esque hacéis este mesmo camino, allí me hallaréis, donde os contarémaravillas. Y a Dios otra vez.

Y de tal manera aguijó el macho, que no tuvo lugar don Quijote depreguntarle qué maravillas eran las que pensaba decirles; y, como él eraalgo curioso y siempre le fatigaban deseos de saber cosas nuevas, ordenóque al momento se partiesen y fuesen a pasar la noche en la venta, sintocar en la ermita, donde quisiera el primo que se quedaran.

Hízose así, subieron a caballo, y siguieron todos tres el derecho camino dela venta, a la cual llegaron un poco antes de anochecer. Dijo el primo adon Quijote que llegasen a ella a beber un trago. Apenas oyó esto SanchoPanza, cuando encaminó el rucio a la ermita, y lo mismo hicieron donQuijote y el primo; pero la mala suerte de Sancho parece que ordenó que elermitaño no estuviese en casa; que así se lo dijo una sotaermitaño que enla ermita hallaron. Pidiéronle de lo caro; respondió que su señor no lotenía, pero que si querían agua barata, que se la daría de muy buena gana.

— Si yo la tuviera de agua —respondió Sancho—, pozos hay en el camino,donde la hubiera satisfecho. ¡Ah bodas de Camacho y abundancia de la casade don Diego, y cuántas veces os tengo de echar menos!

Con esto, dejaron la ermita y picaron hacia la venta; y a poco trechotoparon un mancebito, que delante dellos iba caminando no con mucha priesa;y así, le alcanzaron. Llevaba la espada sobre el hombro, y en ella puestoun bulto o envoltorio, al parecer de sus vestidos; que, al parecer, debíande ser los calzones o greguescos, y herreruelo, y alguna camisa, porquetraía puesta una ropilla de terciopelo con algunas vislumbres de raso, y lacamisa, de fuera; las medias eran de seda, y los zapatos cuadrados, a usode corte; la edad llegaría a diez y ocho o diez y nueve años; alegre derostro, y, al parecer, ágil de su persona. Iba cantando seguidillas, paraentretener el trabajo del camino. Cuando llegaron a él, acababa de cantaruna, que el primo tomó de memoria, que dicen que decía:

A

la

guerra

me

lleva

mi

necesidad;

si

tuviera

dineros,

no fuera, en verdad.

El primero que le habló fue don Quijote, diciéndole:

— Muy a la ligera camina vuesa merced, señor galán. Y ¿adónde bueno?Sepamos, si es que gusta decirlo.

A lo que el mozo respondió:

— El caminar tan a la ligera lo causa el calor y la pobreza, y el adónde voyes a la guerra.

— ¿Cómo la pobreza? —preguntó don Quijote—; que por el calor bien puede ser.

— Señor —replicó el mancebo—, yo llevo en este envoltorio unos greguescos deterciopelo, compañeros desta ropilla; si los gasto en el camino, no mepodré honrar con ellos en la ciudad, y no tengo con qué comprar otros; y,así por esto como por orearme, voy desta manera, hasta alcanzar unascompañías de infantería que no están doce leguas de aquí, donde asentaré miplaza, y no faltarán bagajes en que caminar de allí adelante hasta elembarcadero, que dicen ha de ser en Cartagena. Y más quiero tener por amo ypor señor al rey, y servirle en la guerra, que no a un pelón en la corte.

— Y ¿lleva vuesa merced alguna ventaja por ventura? —preguntó el primo.

— Si yo hubiera servido a algún grande de España, o algún principalpersonaje —respondió el mozo—, a buen seguro que yo la llevara, que esotiene el servir a los buenos: que del tinelo suelen salir a ser alférez ocapitanes, o con algún buen entretenimiento; pero yo, desventurado, servísiempre a catarriberas y a gente advenediza, de ración y quitación tanmísera y atenuada, que en pagar el almidonar un cuello se consumía la mitaddella; y sería tenido a milagro que un paje aventurero alcanzase algunasiquiera razonable ventura.

— Y dígame, por su vida, amigo —preguntó don Quijote—: ¿es posible que enlos años que sirvió no ha podido alcanzar alguna librea?

— Dos me han dado —respondió el paje—; pero, así como el que se sale dealguna religión antes de profesar le quitan el hábito y le vuelven susvestidos, así me volvían a mí los míos mis amos, que, acabados los negociosa que venían a la corte, se volvían a sus casas y recogían las libreas quepor sola ostentación habían dado.

— Notable espilorchería, como dice el italiano —dijo don Quijote—; pero, contodo eso, tenga a felice ventura el haber salido de la corte con tan buenaintención como lleva; porque no hay otra cosa en la tierra más honrada nide más provecho que servir a Dios, primeramente, y luego, a su rey y señornatural, especialmente en el ejercicio de las armas, por las cuales sealcanzan, si no más riquezas, a lo menos, más honra que por las letras,como yo tengo dicho muchas veces; que, puesto que han fundado másmayorazgos las letras que las armas, todavía llevan un no sé qué los de lasarmas a los de las letras, con un sí sé qué de esplendor que se halla enellos, que los aventaja a todos. Y esto que ahora le quiero decir lléveloen la memoria, que le será de mucho provecho y alivio en sus trabajos; y esque, aparte la imaginación de los sucesos adversos que le podrán venir, queel peor de todos es la muerte, y como ésta sea buena, el mejor de todos esel morir. Preguntáronle a Julio César, aquel valeroso emperador romano,cuál era la mejor muerte; respondió que la impensada, la de repente y noprevista; y, aunque respondió como gentil y ajeno del conocimiento delverdadero Dios, con todo eso, dijo bien, para ahorrarse del sentimientohumano; que, puesto caso que os maten en la primera facción y refriega, oya de un tiro de artillería, o volado de una mina, ¿qué importa? Todo esmorir, y acabóse la obra; y, según Terencio, más bien parece el soldadomuerto en la batalla que vivo y salvo en la huida; y tanto alcanza de famael buen soldado cuanto tiene de obediencia a sus capitanes y a los quemandarle pueden. Y advertid, hijo, que al soldado mejor le está el oler apólvora que algalia, y que si la vejez os coge en este honroso ejercicio,aunque sea lleno de heridas y estropeado o cojo, a lo menos no os podrácoger sin honra, y tal, que no os la podrá menoscabar la pobreza; cuantomás, que ya se va dando orden cómo se entretengan y remedien los soldadosviejos y estropeados, porque no es bien que se haga con ellos lo que suelenhacer los que ahorran y dan libertad a sus negros cuando ya son viejos y nopueden servir, y, echándolos de casa con título de libres, los hacenesclavos de la hambre, de quien no piensan ahorrarse sino con la muerte. Ypor ahora no os quiero decir más, sino que subáis a las ancas deste micaballo hasta la venta, y allí cenaréis conmigo, y por la mañana seguiréisel camino, que os le dé Dios tan bueno como vuestros deseos merecen.

El paje no aceptó el convite de las ancas, aunque sí el de cenar con él enla venta; y, a esta sazón, dicen que dijo Sancho entre sí:

— ¡Válate Dios por señor! Y ¿es posible que hombre que sabe decir tales,tantas y tan buenas cosas como aquí ha dicho, diga que ha visto losdisparates imposibles que cuenta de la cueva de Montesinos? Ahora bien,ello dirá.

Y en esto, llegaron a la venta, a tiempo que anochecía, y no sin gusto deSancho, por ver que su señor la juzgó por verdadera venta, y no porcastillo, como solía. No hubieron bien entrado, cuando don Quijote preguntóal ventero por el hombre de las lanzas y alabardas; el cual le respondióque en la caballeriza estaba acomodando el macho. Lo mismo hicieron de susjumentos el primo y Sancho, dando a Rocinante el mejor pesebre y el mejorlugar de la caballeriza.

Capítulo XXV. Donde se apunta la aventura del rebuzno y la graciosa deltiterero, con las memorables adivinanzas del mono adivino No se le cocía el pan a don Quijote, como suele decirse, hasta oír y saberlas maravillas prometidas del hombre condutor de las armas. Fuele a buscardonde el ventero le había dicho que estaba, y hallóle, y díjole que en todocaso le dijese luego lo que le había de decir después, acerca de lo que lehabía preguntado en el camino. El hombre le respondió:

— Más despacio, y no en pie, se ha de tomar el cuento de mis maravillas:déjeme vuestra merced, señor bueno, acabar de dar recado a mi bestia, queyo le diré cosas que le admiren.

— No quede por eso —respondió don Quijote—, que yo os ayudaré a todo.

Y así lo hizo, ahechándole la cebada y limpiando el pesebre, humildad queobligó al hombre a contarle con buena voluntad lo que le pedía; y,sentándose en un poyo y don Quijote junto a él, teniendo por senado yauditorio al primo, al paje, a Sancho Panza y al ventero, comenzó a decirdesta manera:

— «Sabrán vuesas mercedes que en un lugar que está cuatro leguas y mediadesta venta sucedió que a un regidor dél, por industria y engaño de unamuchacha criada suya, y esto es largo de contar, le faltó un asno, y,aunque el tal regidor hizo las diligencias posibles por hallarle, no fueposible. Quince días serían pasados, según es pública voz y fama,— que elasno faltaba, cuando, estando en la plaza el regidor perdidoso, otroregidor del mismo pueblo le dijo: ''Dadme albricias, compadre, que vuestrojumento ha parecido''. ''Yo os las mando y buenas, compadre —

respondió elotro—, pero sepamos dónde ha parecido''. ''En el monte —respondió elhallador—, le vi esta mañana, sin albarda y sin aparejo alguno, y tan flacoque era una compasión miralle.

Quísele antecoger delante de mí y traérosle,pero está ya tan montaraz y tan huraño, que, cuando llegé a él, se fuehuyendo y se entró en lo más escondido del monte. Si queréis que volvamoslos dos a buscarle, dejadme poner esta borrica en mi casa, que luegovuelvo''. ''Mucho placer me haréis —dijo el del jumento—, e yo procurarépagároslo en la mesma moneda''. Con estas circunstancias todas, y de lamesma manera que yo lo voy contando, lo cuentan todos aquellos que estánenterados en la verdad deste caso. En resolución, los dos regidores, a piey mano a mano, se fueron al monte, y, llegando al lugar y sitio dondepensaron hallar el asno, no le hallaron, ni pareció por todos aquelloscontornos, aunque más le buscaron. Viendo, pues, que no parecía, dijo elregidor que le había visto al otro: ''Mirad, compadre: una traza me havenido al pensamiento, con la cual sin duda alguna podremos descubrir esteanimal, aunque esté metido en las entrañas de la tierra, no que del monte;y es que yo sé rebuznar maravillosamente; y si vos sabéis algún tanto, dadel hecho por concluido''. ''¿Algún tanto decís, compadre? —dijo el otro—

;por Dios, que no dé la ventaja a nadie, ni aun a los mesmos asnos''.''Ahora lo veremos —

respondió el regidor segundo—, porque tengo determinadoque os vais vos por una parte del monte y yo por otra, de modo que lerodeemos y andemos todo, y de trecho en trecho rebuznaréis vos y rebuznaréyo, y no podrá ser menos sino que el asno nos oya y nos responda, si es queestá en el monte''. A lo que respondió el dueño del jumento: ' Digo,compadre, que la traza es excelente y digna de vuestro gran ingenio''. Y,dividiéndose los dos según el acuerdo, sucedió que casi a un mesmo tiemporebuznaron, y cada uno engañado del rebuzno del otro, acudieron a buscarse,pensando que ya el jumento había parecido; y, en viéndose, dijo elperdidoso: ''¿Es posible, compadre, que no fue mi asno el que rebuznó?''''No fue, sino yo'', respondió el otro.

''Ahora digo —dijo el dueño—, quede vos a un asno, compadre, no hay alguna diferencia, en cuanto toca alrebuznar, porque en mi vida he visto ni oído cosa más propia''. ''Esasalabanzas y encarecimiento —respondió el de la traza—, mejor os atañen ytocan a vos que a mí, compadre; que por el Dios que me crió que podéis dardos rebuznos de ventaja al mayor y más perito rebuznador del mundo; porqueel sonido que tenéis es alto; lo sostenido de la voz, a su tiempo y compás;los dejos, muchos y apresurados, y, en resolución, yo me doy por vencido yos rindo la palma y doy la bandera desta rara habilidad''. ''Ahora digo— respondió el dueño—, que me tendré y estimaré en más de aquí adelante, ypensaré que sé alguna cosa, pues tengo alguna gracia; que, puesto quepensara que rebuznaba bien, nunca entendí que llegaba el estremo quedecís''. ''También diré yo ahora —respondió el segundo— que hay rarashabilidades perdidas en el mundo, y que son mal empleadas en aquellos queno saben aprovecharse dellas''. ''Las nuestras —respondió el dueño—, si noes en casos semejantes como el que traemos entre manos, no nos puedenservir en otros, y aun en éste plega a Dios que nos sean de provecho''.Esto dicho, se tornaron a dividir y a volver a sus rebuznos, y a cada pasose engañaban y volvían a juntarse, hasta que se dieron por contraseño que,para entender que eran ellos, y no el asno, rebuznasen dos veces, una trasotra. Con esto, doblando a cada paso los rebuznos, rodearon todo el montesin que el perdido jumento respondiese, ni aun por señas. Mas, ¿cómo habíade responder el pobre y mal logrado, si le hallaron en lo más escondido delbosque, comido de lobos? Y, en viéndole, dijo su dueño: ''Ya me maravillabayo de que él no respondía, pues a no estar muerto, él rebuznara si nosoyera, o no fuera asno; pero, a trueco de haberos oído rebuznar con tantagracia, compadre, doy por bien empleado el trabajo que he tenido enbuscarle, aunque le he hallado muerto''. ''En buena mano está, compadre— respondió el otro—, pues si bien canta el abad, no le va en zaga elmonacillo''. Con esto, desconsolados y roncos, se volvieron a su aldea,adonde contaron a sus amigos, vecinos y conocidos cuanto les habíaacontecido en la busca del asno, exagerando el uno la gracia del otro en elrebuznar; todo lo cual se supo y se estendió por los lugares circunvecinos.Y el diablo, que no duerme, como es amigo de sembrar y derramar rencillas ydiscordia por doquiera, levantando caramillos en el viento y grandesquimeras de nonada, ordenó e hizo que las gentes de los otros pueblos, enviendo a alguno de nuestra aldea, rebuznase, como dándoles en rostro con elrebuzno de nuestros regidores. Dieron en ello los muchachos, que fue dar enmanos y en bocas de todos los demonios del infierno, y fue cundiendo elrebuzno de en uno en otro pueblo, de manera que son conocidos los naturalesdel pueblo del rebuzno, como son conocidos y diferenciados los negros delos blancos; y ha llegado a tanto la desgracia desta burla, que muchasveces con mano armada y formado escuadrón han salido contra los burladoreslos burlados a darse la batalla, sin poderlo remediar rey ni roque, nitemor ni vergüenza. Yo creo que mañana o esotro día han de salir en campañalos de mi pueblo, que son los del rebuzno, contra otro lugar que está a dosleguas del nuestro, que es uno de los que m