Don Quijote by Miguel de Cervantes Saavedra - HTML preview

PLEASE NOTE: This is an HTML preview only and some elements such as links or page numbers may be incorrect.
Download the book in PDF, ePub, Kindle for a complete version.

— Verdaderamente, señor don Quijote —dijo don Lorenzo—, que deseo coger avuestra merced en un mal latín continuado, y no puedo, porque se me deslizade entre las manos como anguila.

— No entiendo —respondió don Quijote— lo que vuestra merced dice ni quieredecir en eso del deslizarme.

— Yo me daré a entender —respondió don Lorenzo—; y por ahora esté vuesamerced atento a los versos glosados y a la glosa, que dicen desta manera:

¡Si

mi

fue

tornase

a

es,

sin

esperar

más

será,

o

viniese

el

tiempo

ya

de lo que será después...!

Glosa

Al

fin,

como

todo

pasa,

se

pasó

el

bien

que

me

dio

Fortuna,

un

tiempo

no

escasa,

y

nunca

me

le

volvió,

ni

abundante,

ni

por

tasa.

Siglos

ha

ya

que

me

vees,

Fortuna,

puesto

a

tus

pies;

vuélveme

a

ser

venturoso,

que

será

mi

ser

dichoso

si

mi

fue

tornase

a

es.

No

quiero

otro

gusto

o

gloria,

otra

palma

o

vencimiento,

otro

triunfo,

otra

vitoria,

sino

volver

al

contento

que

es

pesar

en

mi

memoria.

Si

me

vuelves

allá,

Fortuna,

templado

está

todo

el

rigor

de

mi

fuego,

y

más

si

este

bien

es

luego,

sin

esperar

más

será.

Cosas

imposibles

pido,

pues

volver

el

tiempo

a

ser

después

que

una

vez

ha

sido,

no

hay

en

la

tierra

poder

que

a

tanto

se

haya

estendido.

Corre

el

tiempo,

vuela

y

va

ligero,

y

no

volverá,

y

erraría

el

que

pidiese,

o

que

el

tiempo

ya

se

fuese,

o

volviese

el

tiempo

ya.

Vivo

en

perpleja

vida,

ya

esperando,

ya

temiendo:

es

muerte

muy

conocida,

y

es

mucho

mejor

muriendo

buscar

al

dolor

salida.

A

me

fuera

interés

acabar,

mas

no

lo

es,

pues,

con

discurso

mejor,

me

da

la

vida

el

temor

de lo que será después.

En acabando de decir su glosa don Lorenzo, se levantó en pie don Quijote,y, en voz levantada, que parecía grito, asiendo con su mano la derecha dedon Lorenzo, dijo:

— ¡Viven los cielos donde más altos están, mancebo generoso, que sois elmejor poeta del orbe, y que merecéis estar laureado, no por Chipre ni porGaeta, como dijo un poeta, que Dios perdone, sino por las academias deAtenas, si hoy vivieran, y por las que hoy viven de París, Bolonia ySalamanca! Plega al cielo que los jueces que os quitaren el premio primero,Febo los asaetee y las Musas jamás atraviesen los umbrales de sus casas.Decidme, señor, si sois servido, algunos versos mayores, que quiero tomarde todo en todo el pulso a vuestro admirable ingenio.

¿No es bueno que dicen que se holgó don Lorenzo de verse alabar de donQuijote, aunque le tenía por loco? ¡Oh fuerza de la adulación, a cuánto teestiendes, y cuán dilatados límites son los de tu juridición agradable!Esta verdad acreditó don Lorenzo, pues concedió con la demanda y deseo dedon Quijote, diciéndole este soneto a la fábula o historia de Píramo yTisbe: Soneto

El

muro

rompe

la

doncella

hermosa

que

de

Píramo

abrió

el

gallardo

pecho:

parte

el

Amor

de

Chipre,

y

va

derecho

a

ver

la

quiebra

estrecha

y

prodigiosa.

Habla

el

silencio

allí,

porque

no

osa

la

voz

entrar

por

tan

estrecho

estrecho;

las

almas

sí,

que

amor

suele

de

hecho

facilitar

la

más

difícil

cosa.

Salió

el

deseo

de

compás,

y

el

paso

de

la

imprudente

virgen

solicita

por

su

gusto

su

muerte;

ved

qué

historia:

que

a

entrambos

en

un

punto,

¡oh

estraño

caso!,

los

mata,

los

encubre

y

resucita

una espada, un sepulcro, una memoria.

— ¡Bendito sea Dios! —dijo don Quijote habiendo oído el soneto a donLorenzo—, que entre los infinitos poetas consumidos que hay, he visto unconsumado poeta, como lo es vuesa merced, señor mío; que así me lo da aentender el artificio deste soneto.

Cuatro días estuvo don Quijote regaladísimo en la casa de don Diego, alcabo de los cuales le pidió licencia para irse, diciéndole que le agradecíala merced y buen tratamiento que en su casa había recebido; pero que, porno parecer bien que los caballeros andantes se den muchas horas a ocio y alregalo, se quería ir a cumplir con su oficio, buscando las aventuras, dequien tenía noticia que aquella tierra abundaba, donde esperaba entretenerel tiempo hasta que llegase el día de las justas de Zaragoza, que era el desu derecha derrota; y que primero había de entrar en la cueva deMontesinos, de quien tantas y tan admirables cosas en aquellos contornos secontaban, sabiendo e inquiriendo asimismo el nacimiento y verdaderosmanantiales de las siete lagunas llamadas comúnmente de Ruidera.

Don Diego y su hijo le alabaron su honrosa determinación, y le dijeron quetomase de su casa y de su hacienda todo lo que en grado le viniese, que leservirían con la voluntad posible; que a ello les obligaba el valor de supersona y la honrosa profesión suya.

Llegóse, en fin, el día de su partida, tan alegre para don Quijote comotriste y aciago para Sancho Panza, que se hallaba muy bien con laabundancia de la casa de don Diego, y rehusaba de volver a la hambre que seusa en las florestas, despoblados, y a la estrecheza de sus mal proveídasalforjas. Con todo esto, las llenó y colmó de lo más necesario que lepareció; y al despedirse dijo don Quijote a don Lorenzo:

— No sé si he dicho a vuesa merced otra vez, y si lo he dicho lo vuelvo adecir, que cuando vuesa merced quisiere ahorrar caminos y trabajos parallegar a la inacesible cumbre del templo de la Fama, no tiene que hacerotra cosa sino dejar a una parte la senda de la poesía, algo estrecha, ytomar la estrechísima de la andante caballería, bastante para hacerleemperador en daca las pajas.

Con estas razones acabó don Quijote de cerrar el proceso de su locura, ymás con las que añadió, diciendo:

— Sabe Dios si quisiera llevar conmigo al señor don Lorenzo, para enseñarlecómo se han de perdonar los sujetos, y supeditar y acocear los soberbios,virtudes anejas a la profesión que yo profeso; pero, pues no lo pide supoca edad, ni lo querrán consentir sus loables ejercicios, sólo me contentocon advertirle a vuesa merced que, siendo poeta, podrá ser famoso si seguía más por el parecer ajeno que por el propio, porque no hay padre nimadre a quien sus hijos le parezcan feos, y en los que lo son delentendimiento corre más este engaño.

De nuevo se admiraron padre y hijo de las entremetidas razones de donQuijote, ya discretas y ya disparatadas, y del tema y tesón que llevaba deacudir de todo en todo a la busca de sus desventuradas aventuras, que lastenía por fin y blanco de sus deseos. Reiteráronse los ofrecimientos ycomedimientos, y, con la buena licencia de la señora del castillo, donQuijote y Sancho, sobre Rocinante y el rucio, se partieron.

Capítulo XIX. Donde se cuenta la aventura del pastor enamorado, con otrosen verdad graciosos sucesos

Poco trecho se había alongado don Quijote del lugar de don Diego, cuandoencontró con dos como clérigos o como estudiantes y con dos labradores quesobre cuatro bestias asnales venían caballeros. El uno de los estudiantestraía, como en portamanteo, en un lienzo de bocací verde envuelto, alparecer, un poco de grana blanca y dos pares de medias de cordellate; elotro no traía otra cosa que dos espadas negras de esgrima, nuevas, y consus zapatillas. Los labradores traían otras cosas, que daban indicio yseñal que venían de alguna villa grande, donde las habían comprado, y lasllevaban a su aldea; y así estudiantes como labradores cayeron en la mismaadmiración en que caían todos aquellos que la vez primera veían a donQuijote, y morían por saber qué hombre fuese aquél tan fuera del uso de losotros hombres.

Saludóles don Quijote, y, después de saber el camino que llevaban, que erael mesmo que él hacía, les ofreció su compañía, y les pidió detuviesen elpaso, porque caminaban más sus pollinas que su caballo; y, para obligarlos,en breves razones les dijo quién era, y su oficio y profesión, que era decaballero andante que iba a buscar las aventuras por todas las partes delmundo. Díjoles que se llamaba de nombre propio don Quijote de la Mancha, ypor el apelativo, el Caballero de los Leones. Todo esto para los labradoresera hablarles en griego o en jerigonza, pero no para los estudiantes, queluego entendieron la flaqueza del celebro de don Quijote; pero, con todoeso, le miraban con admiración y con respecto, y uno dellos le dijo:

— Si vuestra merced, señor caballero, no lleva camino determinado, como nole suelen llevar los que buscan las aventuras, vuesa merced se venga connosotros: verá una de las mejores bodas y más ricas que hasta el día de hoyse habrán celebrado en la Mancha, ni en otras muchas leguas a la redonda.

Preguntóle don Quijote si eran de algún príncipe, que así las ponderaba.

— No son —respondió el estudiante— sino de un labrador y una labradora: él,el más rico de toda esta tierra; y ella, la más hermosa que han visto loshombres. El aparato con que se han de hacer es estraordinario y nuevo,porque se han de celebrar en un prado que está junto al pueblo de la novia,a quien por excelencia llaman Quiteria la hermosa, y el desposado se llamaCamacho el rico; ella de edad de diez y ocho años, y él de veinte y dos;ambos para en uno, aunque algunos curiosos que tienen de memoria loslinajes de todo el mundo quieren decir que el de la hermosa Quiteria seaventaja al de Camacho; pero ya no se mira en esto, que las riquezas sonpoderosas de soldar muchas quiebras. En efecto, el tal Camacho es liberal yhásele antojado de enramar y cubrir todo el prado por arriba, de tal suerteque el sol se ha de ver en trabajo si quiere entrar a visitar las yerbasverdes de que está cubierto el suelo. Tiene asimesmo maheridas danzas, asíde espadas como de cascabel menudo, que hay en su pueblo quien los repiquey sacuda por estremo; de zapateadores no digo nada, que es un juicio losque tiene muñidos; pero ninguna de las cosas referidas ni otras muchas quehe dejado de referir ha de hacer más memorables estas bodas, sino las queimagino que hará en ellas el despechado Basilio. Es este Basilio un zagalvecino del mesmo lugar de Quiteria, el cual tenía su casa pared y medio dela de los padres de Quiteria, de donde tomó ocasión el amor de renovar almundo los ya olvidados amores de Píramo y Tisbe, porque Basilio se enamoróde Quiteria desde sus tiernos y primeros años, y ella fue correspondiendo asu deseo con mil honestos favores, tanto, que se contaban porentretenimiento en el pueblo los amores de los dos niños Basilio yQuiteria. Fue creciendo la edad, y acordó el padre de Quiteria de estorbara Basilio la ordinaria entrada que en su casa tenía; y, por quitarse deandar receloso y lleno de sospechas, ordenó de casar a su hija con el ricoCamacho, no pareciéndole ser bien casarla con Basilio, que no tenía tantosbienes de fortuna como de naturaleza; pues si va a decir las verdades sininvidia, él es el más ágil mancebo que conocemos: gran tirador de barra,luchador estremado y gran jugador de pelota; corre como un gamo, salta másque una cabra y birla a los bolos como por encantamento; canta como unacalandria, y toca una guitarra, que la hace hablar, y, sobre todo, juegauna espada como el más pintado.

— Por esa sola gracia —dijo a esta sazón don Quijote—, merecía ese mancebono sólo casarse con la hermosa Quiteria, sino con la mesma reina Ginebra,si fuera hoy viva, a pesar de Lanzarote y de todos aquellos que estorbarloquisieran.

— ¡A mi mujer con eso! —dijo Sancho Panza, que hasta entonces había idocallando y escuchando—, la cual no quiere sino que cada uno case con suigual, ateniéndose al refrán que dicen "cada oveja con su pareja". Lo queyo quisiera es que ese buen Basilio, que ya me le voy aficionando, secasara con esa señora Quiteria; que buen siglo hayan y buen poso, iba adecir al revés, los que estorban que se casen los que bien se quieren.

— Si todos los que bien se quieren se hubiesen de casar —dijo don Quijote—,quitaríase la eleción y juridición a los padres de casar sus hijos conquien y cuando deben; y si a la voluntad de las hijas quedase escoger losmaridos, tal habría que escogiese al criado de su padre, y tal al que viopasar por la calle, a su parecer, bizarro y entonado, aunque fuese undesbaratado espadachín; que el amor y la afición con facilidad ciegan losojos del entendimiento, tan necesarios para escoger estado, y el delmatrimonio está muy a peligro de errarse, y es menester gran tiento yparticular favor del cielo para acertarle. Quiere hacer uno un viaje largo,y si es prudente, antes de ponerse en camino busca alguna compañía segura yapacible con quien acompañarse; pues, ¿por qué no hará lo mesmo el que hade caminar toda la vida, hasta el paradero de la muerte, y más si lacompañía le ha de acompañar en la cama, en la mesa y en todas partes, comoes la de la mujer con su marido? La de la propia mujer no es mercaduría queuna vez comprada se vuelve, o se trueca o cambia, porque es accidenteinseparable, que dura lo que dura la vida: es un lazo que si una vez leecháis al cuello, se vuelve en el nudo gordiano, que si no le corta laguadaña de la muerte, no hay desatarle. Muchas más cosas pudiera decir enesta materia, si no lo estorbara el deseo que tengo de saber si le quedamás que decir al señor licenciado acerca de la historia de Basilio.

A lo que respondió el estudiante bachiller, o licenciado, como le llamó donQuijote, que:

— De todo no me queda más que decir sino que desde el punto que Basilio supoque la hermosa Quiteria se casaba con Camacho el rico, nunca más le hanvisto reír ni hablar razón concertada, y siempre anda pensativo y triste,hablando entre sí mismo, con que da ciertas y claras señales de que se leha vuelto el juicio: come poco y duerme poco, y lo que come son frutas, yen lo que duerme, si duerme, es en el campo, sobre la dura tierra, comoanimal bruto; mira de cuando en cuando al cielo, y otras veces clava losojos en la tierra, con tal embelesamiento, que no parece sino estatuavestida que el aire le mueve la ropa. En fin, él da tales muestras de tenerapasionado el corazón, que tememos todos los que le conocemos que el dar elsí mañana la hermosa Quiteria ha de ser la sentencia de su muerte.

— Dios lo hará mejor —dijo Sancho—; que Dios, que da la llaga, da lamedicina; nadie sabe lo que está por venir: de aquí a mañana muchas horashay, y en una, y aun en un momento, se cae la casa; yo he visto llover yhacer sol, todo a un mesmo punto; tal se acuesta sano la noche, que no sepuede mover otro día. Y díganme, ¿por ventura habrá quien se alabe quetiene echado un clavo a la rodaja de la Fortuna? No, por cierto; y entre elsí y el no de la mujer no me atrevería yo a poner una punta de alfiler,porque no cabría. Denme a mí que Quiteria quiera de buen corazón y de buenavoluntad a Basilio, que yo le daré a él un saco de buena ventura: que elamor, según yo he oído decir, mira con unos antojos que hacen parecer oroal cobre, a la pobreza riqueza, y a las lagañas perlas.

— ¿Adónde vas a parar, Sancho, que seas maldito? —dijo don Quijote—; quecuando comienzas a ensartar refranes y cuentos, no te puede esperar sino elmesmo Judas, que te lleve. Dime, animal, ¿qué sabes tú de clavos, ni derodajas, ni de otra cosa ninguna?

— ¡Oh! Pues si no me entienden —respondió Sancho—, no es maravilla que missentencias sean tenidas por disparates. Pero no importa: yo me entiendo, ysé que no he dicho muchas necedades en lo que he dicho; sino que vuesamerced, señor mío, siempre es friscal de mis dichos, y aun de mis hechos.

— Fiscal has de decir —dijo don Quijote—, que no friscal, prevaricador delbuen lenguaje, que Dios te confunda.

— No se apunte vuestra merced conmigo —respondió Sancho—, pues sabe que nome he criado en la Corte, ni he estudiado en Salamanca, para saber si añadoo quito alguna letra a mis vocablos. Sí, que, ¡válgame Dios!, no hay paraqué obligar al sayagués a que hable como el toledano, y toledanos puedehaber que no las corten en el aire en esto del hablar polido.

— Así es —dijo el licen