Confieso by Ramon Cerda - HTML preview

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CAPITULO IV

Tasio estaba recostado en su cama. Debía cambiar las sábanas porque ya empezaban a tener olores extraños. Eso de vivir solo era desastroso para el mantenimiento de la casa. Nunca tenía ni tiempo ni ganas de hacer las tareas del hogar, y el polvo y la ropa sucia se amontonaban por doquier, mezclados con listados de ordenador, libros desordenados y revistas tiradas. Por suerte el piso era muy pequeño, apenas setenta metros cuadrados, de otro modo, la suciedad y los trastos se hubieran expandido en una mayor superficie, no aportando nada positivo a cambio. De ese modo, cada quince o veinte días aprovechaba algún domingo por la tarde, o un día en el que el trabajo no le apremiase, y se dedicaba a reorganizar un poco la vivienda. Ponía un par, o tres de lavadoras y recuperaba todos los calzoncil os y calcetines que tenía tirados. Muchas veces tenía que buscar algún calcetín ya usado para volverlo a utilizar porque no le quedaban limpios. A veces se limitaba a ir a la tienda y comprar otra media docena. Había oído hablar de ropa interior de usar y tirar, aunque nunca la había encontrado en ninguna tienda, si la encontraba, seguro que la usaría y se evitaría un problema. La única tarea que hacía más diariamente era la de plancharse los pantalones y la chaqueta del traje, y alguna camisa, aunque no diariamente, y cada quince días l evaba el traje a la tintorería para una limpieza más profunda. Odiaba calentarse la cabeza por las mañanas para vestirse, de manera que cada temporada compraba tres trajes idénticos y de ese modo no tenía que buscar combinaciones ni pensar en qué traje quedaría mejor para según qué ocasión. Dicen que Albert Einstein hacía lo mismo, su ropero estaba l eno de trajes grises idénticos. El único símbolo de coquetería que utilizaba Tasio eran las corbatas, tenía un sinfín de el as de todos los colores y diseños. Era la única prenda que se cambiaba diariamente y cuando estaban sucias las tiraba y compraba nuevas. Había días que pensaba que tenía que contratar a alguien para que le limpiase la casa, pero era muy suyo para esas cosas y prefería tener la casa hecha un desastre, antes de tener que estar pendiente de las idas y venidas de una extraña que además acabara criticando sus costumbres y su vida desordenada. Al fin y al cabo, nunca recibía visitas en casa, a los clientes los atendía siempre en el domicilio de estos, o bien en algún lugar público mientras tomaban café o comían. A nadie le importaba cómo tuviera la casa. Sus padres habían fal ecido hace pocos años, su madre era la única persona que se metía con su vida desordenada, pero la mujer lo hacía de corazón y por el bien de su hijito, porque él siempre fue su hijito a pesar de los muchos años que ya iba acumulando.

Era hijo único, aunque podía haber tenido un par de hermanos de no haber sido por los abortos que tuvo su madre después de nacer él. Siempre se había criado solo y había hecho cuanto le había venido en gana, nunca le había faltado de nada y desde los dieciséis o diecisiete años hasta los veinticinco en que decidió independizarse, entraba y salía de casa de sus padres a cualquier hora. Muchas veces sorprendía a su madre esperándolo despierta asomada a la ventana a las dos o las tres de la madrugada, la mujer se preocupaba, al fin y al cabo era su hijito, su único hijito.

Él quería mucho a sus padres, sintió mucho su pérdida, separada apenas un año una de la otra. Primero fal eció su padre de cáncer de colon, y la mujer quedó tan triste y sola que se fue detrás de él diez meses después sin ninguna enfermedad definida, mas que los achaques normales de la edad. Ya nada la consolaba, a pesar de que Tasio intentaba visitarla más a menudo.

Tasio debía ponerse a régimen, la barriga cada vez le sobresalía más y ya hacía años que compraba los trajes en El Corte Inglés, en la sección de tal as grandes. La primera vez que tuvo que comprar la ropa en esta sección después de comprobar que nada le venía bueno en las secciones habituales, fue traumático para él, pero ahora ya se había acostumbrado. Cada vez le costaba más entrar y sobre todo salir del coche, y por supuesto, si tenía que seguir a alguien a pié, la cosa se ponía mal, pero estaba harto de regímenes. Durante su juventud, siempre había tenido tendencia a engordar, y continuamente estaba a régimen, perdía kilos y luego los ganaba con mucha más facilidad con que los había perdido, era frustrante y estaba cansado. Cansado de tener que controlar cada bocado que probaba. Hacía al menos siete u ocho años que había dejado definitivamente de controlar su peso, ni siquiera se pesaba, aunque estaba convencido de que había pasado hacía tiempo de los cien kilos, peso más que sobrado para su más bien corta estatura. Si no te cuidas no l egarás a viejo, le decía su madre cada vez que lo veía más grueso, y déjate de fumar esos puros que te van a matar. Tasio en realidad no fumaba gran cosa, únicamente puros y solo después de cenar, también alguno después de una buena comida, o algún purito más pequeño los días en que desayunaba, cosa rara porque normalmente no probaba bocado hasta mediodía, y había veces que ni eso. Lo cierto es que no se explicaba cómo tenía tanta tendencia a engordar con lo que comía. De joven comía mucho más, era cierto, abusaba, pero ahora no comía más que otros que pesaban poco más que la mitad que él. Era injusto, pero darle vueltas al asunto no lo solucionaba, lo mejor era dejarlo estar, y si se tenía que morir unos años antes, pues bueno, se moriría, al fin y al cabo muchos de sus conocidos de la infancia no habían l egado vivos a su edad, los unos por accidentes de circulación, los otros por extrañas enfermedades, y alguno por accidente laboral, él no era un viejo todavía, pero había alcanzado una edad que le permitía ver las cosas desde otro punto de vista. A veces nos obsesionamos por la imagen, por vivir muchos años, por el éxito, por los bienes materiales, cuando en realidad la vida es, o debiera de ser, mucho más sencil a que eso. Unos días atrás vio en televisión una reposición de “Forest Gump”. La vida de aquel sencil o ser y la forma en que estaba desarrol ada la historia, te hacía ver las cosas de otra manera. Nunca había l orado tanto en una película como con esta, y eso que ya la había visto cuando la estrenaron. Tonto es el que hace tonterías, repetía Gump a lo largo de la película, con su mirada inocente. La vida es como una caja de bombones, nunca sabes lo que te va a tocar. ¿Por qué nos complicamos tanto la vida? Las cosas han evolucionado muy rápidamente en los últimos años, y cada vez es más necesaria la competitividad entre las personas, siempre hay que conseguir más cosas y con menos tiempo que los demás. Cuanto más ha conseguido una persona, más insatisfecha se vuelve y más quiere seguir consiguiendo, para finalmente morirse de repente de un ataque cardíaco o aplastado por un camión. Cuán absurdo puede l egar a ser todo. Cada vez estaba más convencido de que tenía que retirarse pronto y vivir tranquilamente y con pocos gastos los días o años de vida que le quedaran, sin complicaciones, sin calentarse la cabeza, sin bienes materiales que lo atasen a la sociedad consumista, más al á de una pequeña vivienda donde protegerse del frío y del calor y no tener que dormir en la cal e, ni coches, ni motos, ni comida de lujo. Una persona puede vivir con bien poco, y con lo que tenía ahorrado, seguro que podría vivir tranquilamente aunque l egase a los ochenta, cosa por otro lado harto improbable.

Estaba en la cama, recostado, mal recostado con una postura forzada porque le dolía un costado, había poca luz en la habitación, y las manchas de humedad y moho en las paredes todavía la hacían más oscura. Tendría que l amar a un pintor. A pesar de todo estaba leyendo el texto que su amigo le había facilitado. Estaba redactado en Word con una letra clara, parecía una Arial, de mediano tamaño, quizás trece o catorce puntos. Se leía cómodamente, además, el estilo de escritura de Héctor era sencil o, facilón, no resultaba nunca pesado de leer. Él había leído muchas de sus novelas, aunque no todas, porque no le gustaba leer mucho, y Héctor no paraba de publicar.

Eso sí, las tenía todas porque Héctor siempre le regalaba uno de los primeros ejemplares dedicado, tenía incluso algún ejemplar de alguna novela que no había l egado a publicar. Quizás algún día, si necesitaba dinero, hasta valdría un pico su colección, y más, teniendo en cuenta que incluía material inédito. Tenía incluso una copia de una novela que escribió hace un montón de años con una pequeña máquina de escribir portátil, una auténtica joya en papel amaril ento, y tampoco estaba publicada.

A pesar de todo, le gustaba leerlas porque siempre veía en el as parte de su trabajo, parte de sus investigaciones, Héctor le hacía investigar cualquier cosa, que si la vida de algún actor, que la de alguna prostituta, gente que se dedica a las drogas, a los tatuajes, a los percing, al contrabando, grandes empresas, mafiosos, Héctor hablaba de todo en sus novelas, y muchos datos los había conseguido de él mismo, de sus investigaciones, eso le hacía sentirse orgul oso, incluso pensaba que si realmente l egaba a retirarse, posiblemente siguiera investigando cosas para las novelas de Héctor, solía ser más divertido que su mayores investigaciones sobre espionaje industrial. Recordaba una investigación reciente sobre un grupo de prostitutas, nunca en su vida había hecho tanto el amor y con tantas chicas diferentes en tan corto espacio de tiempo, acabó agotado, pero se divirtió mucho. Luego leyó alguna de sus escenas sexuales en una de las novelas de Héctor, resultaba divertido verse retratado de forma más o menos real como personaje de ficción en una novela que acabarán leyendo miles de personas. Por cierto. ¿Hablaría Héctor de él en su biografía?

¿Contaría este tipo de detal es y mencionaría su nombre auténtico? No había pensado antes en eso, eso no estaría bien, no, sería abusar de su confianza, y si contaba intimidades de este tipo y por otro lado no contaba las suyas propias y las de Eloísa, sería injusto, muy injusto. Debía leer cuanto antes todo el libro, y si era necesario, actuaría como censor y exigiría que se eliminasen los párrafos que fueran necesarios.

Aunque a lo mejor se estaba precipitando, quizás no saliese en la novela, al fin y al cabo, Héctor tenía otras cosas mucho más interesantes que contar en su libro, que su triste vida, pero si él no aparecía en el libro es porque no lo tenía en cuenta, es porque no agradecía sus investigaciones que al fin y al cabo eran la base de sus libros, sería como querer decirle al mundo que todo su mérito era de él y nada de Tasio. No sería justo. Tenía que salir, claro que tenía que salir, pero si se pasaba con los detal es le echaría la bronca, lo que está bien está bien, pero sin pasarse. Aún estaba en la primera hoja donde se podía leer: “CONFIESO, por Héctor Ramos”, la novela estaba dedicada a Eloísa. Héctor dedicaba todas sus novelas, incluso hubo una hace tres o cuatro años que se la dedicó al propio Tasio. ¿Cómo era? “A mi amigo Tasio que siempre ha colaborado en mis novelas”. Era una novela que resultó bastante polémica porque hablaba de una multinacional importante, y aunque el nombre estaba cambiado, se podía adivinar fácilmente de quien se estaba hablando. Creía recordar que incluso recibió una demanda, aunque al final no prosperó la cosa.