Confieso by Ramon Cerda - HTML preview

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PRIMERA PARTE

INTRODUCCIÓN:

En el contenido de esta novela es posible que mucha gente que me conozca quiera ver en el a una especie de biografía, incluso es posible que alguien se sienta mencionado en el a. Nada más lejos de mi intención que la de narrar mi vida ni la de mis al egados. Cuán aburrida resultaría la novela biográfica en ese caso.

Debo utilizar la frase tantas veces utilizada por otros autores que dice algo así como que “Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia”.

Si algún día l ego a ser lo suficientemente famoso, quizás sea otro quien se moleste en escribir sobre mi vida.

El autor

CAPÍTULO I

Año 1999

-¿Qué se siente con cuarenta y tres años y treinta novelas de éxito publicadas todas el as en los últimos ocho años? –preguntó la joven entrevistadora al famoso entrevistado Héctor Ramos-Estaban en el salón de su casa, Adolfo, su editor se había empeñado en que atendiera a aquel a joven entrevistadora. Al principio estuvo bastante reacio, aunque cuando la recibió, le gustó lo suficiente como para atenderla gustosamente. Era una joven morena de pelo liso y largo que le l egaba hasta el nacimiento del culo. Era delgada pero con cumplidas caderas y pechos moderados aunque suficientes.

-Cuarenta y cuatro, treinta y cinco y nueve–respondió Héctor sin añadir nada más mientras saboreaba el tabaco de su pipa más vieja, menos adecuada para la vista de las visitas, pero a la vez la más utilizada por él, era como unos zapatos viejos que uno no quiere cambiar porque le resultan cómodos, a pesar de que resulta inútil limpiarlos porque nada puede hacerlos parecer elegantes-

-¿Perdón...? –la inexperta periodista se sintió algo nerviosa por la inesperada respuesta y la mirada penetrante de Héctor que parecía atravesarla y adivinar lo que estaba pensando-

-Que tengo cuarenta y cuatro años y no son treinta, sino treinta y cinco las novelas publicadas, en los últimos nueve y no en los últimos ocho años, sin contar la que escribí a los dieciocho años y que nunca l egué a publicar.

-Caramba, deberé de revisar mis fuentes de información –rió nerviosamente-

¿Qué se siente pues, al haber publicado tantas novelas en tan corto espacio de tiempo?

-Me gusta escribir, posiblemente haya escrito tanto en estos últimos años porque desde que escribí mi primera novela, he pasado casi veinte años sin volver a escribir, y tenía un montón de ideas acumuladas y queriendo salir desordenadamente de mi cabeza.

-Mucho tiempo. ¿No?

-Mucho tiempo para un escritor, pero yo nunca pensé en dedicarme a escribir, y simplemente me he dedicado a mi profesión de abogado durante todo este tiempo.

-¿Qué le impulsó a escribir de nuevo?

-Estaba harto de mi profesión, de mis clientes, y de todas las mentiras que uno se veía obligado a contar para defenderles, y de que discutieran siempre mis honorarios. Siempre me ha molestado la gente desagradecida y no hay nada como un cliente satisfecho que no agradece el esfuerzo de uno y que además le discute el pan que ha ganado.

-¿Se siente ahora mucho mejor?

-Por supuesto, ahora me siento totalmente liberado, hago lo que me gusta, viajo, escribo, medito, y solo tengo que soportar al editor y a la familia, pero me gusta.

-Tengo entendido que el nuevo proyecto no es una novela sino una biografía.

-Así es, l evo el suficiente tiempo alejado de mi antigua profesión, y las cosas ya puedo verlas desde otra perspectiva, creo que ha l egado el momento de escribir una primera autobiografía.

-Una primera, ¿Tiene previsto escribir otras?

Espero vivir lo suficiente como para poder escribir una segunda parte dentro de otros veinte o treinta años.

-¿Qué nos puede anticipar de esta autobiografía?

-Confieso.

-¿Confieso?

-Sí, ese será el título de mi autobiografía. Será novelada, pero cada detal e que aparezca en el a podrá ser fidedigno. Cambiaré algún nombre por pudor, y mezclaré situaciones reales con ficticias.

-¿Cree que producirá ampol as su nuevo proyecto?

-Tampoco será para tanto, salvo algún pequeño secretil o sin importancia.

Tenga en cuenta que el hecho de que haya dejado de ejercer la abogacía no me da derecho a incumplir mi compromiso de guardar el secreto profesional. Será mi biografía, no la de mis clientes, estos pueden dormir tranquilos. –sonrió seductoramente-

-¿Cuándo tiene previsto publicarla?

-Calculo que al menos pasarán un par de años antes de que se publique definitivamente.

-Es más de lo que le dedica a una novela.

-Bueno, tenga en cuenta que no voy a dejar de escribir las novelas que es lo que esperan mis lectores, y las que realmente me dan de comer. La biografía será una publicación extraordinaria ajena a mi ritmo habitual de escritura.

-Tengo la sensación de que con su ritmo, va a seguir escribiendo inmediatamente después de terminar la entrevista.

-Esta noche no, ¿Tiene usted algún compromiso?

Año 1982

Podría decirse que eran una pareja liberada, o al menos les divertía aparentarlo. En realidad es posible que lo único que intentaran era que su matrimonio no naufragara como tantos otros, sobre todo como ocurre cuando uno se casa joven y desoyendo los consejos de los mayores. Ellos lo habían hecho muy jóvenes, él tenía veinte años y el a recién cumplidos veintidós, cuando en una fría, más bien oscura y l uviosa mañana de diciembre salieron felices de una pequeña Iglesia, el a con la barriga l ena desde dos meses atrás, por eso se casaron en diciembre, al fin y al cabo uno siempre se imagina las bodas en pleno verano agobiante, con los novios sudorosos e incómodos. Se habían conocido apenas seis meses antes y lo suyo fue un auténtico flechazo.

Llevaban ya siete años de casados, y el tiempo había pasado a una velocidad de vértigo, casi sin darse cuenta. Pero la química sí que pareció darse cuenta del paso del tiempo, porque el amor es eso, pura química, mera atracción sexual, muchas veces irresistible, en la que la naturaleza nos utiliza a nosotros como marionetas, y una vez cumplida la función de apareamiento y pasado un tiempo prudencial para el cuidado de los posibles retoños fruto del éxtasis sexual, la química va desapareciendo.

Todo se vuelve monótono, los pequeños defectos se convierten en cuestiones insoportables para la pareja, el sexo tantas veces repetido acaba aburriendo por falta de variedad, y tantas y tantas otras cosas que se confabulan para atacar a los matrimonios, y también ahora a las parejas de hecho, porque el no estar casados no es garantía para la pervivencia de la química.

Es por eso que estadísticamente hay tantos problemas matrimoniales a partir del séptimo año de casamiento. Muchos ni siquiera l egan, quizás porque su contenido químico fuera menor, o porque un tercero o tercera más cargado de esa química, acaba con la que queda en la pareja.

Héctor, siempre tan práctico, le había echado el ojo a una joven que trabajaba en su mismo bufete en Valencia, el a era recién licenciada y sin experiencia en la abogacía, pero inteligente, muy inteligente. Sin duda l egaría lejos en la profesión. Héctor se había ido a vivir a Valencia con su esposa Eloísa, un par de años antes. Inés era atractiva, como su esposa, aproximadamente de su edad, como su esposa, delgada, como su esposa, rubia, como cuando a su esposa le daba por tintarse el cabel o, lo cual tenía que admitir que no le favorecía nada en absoluto, y mucho menos cuando se desnudaba y se notaban aquel as incongruencias estéticas provocadas por el hecho de que el color de su pelo no coincidiese en absoluto con el de otras partes menos púdicas de su cuerpo. Lo que tenía Inés que no tenía Eloísa, pero que había tenido, era precisamente esa química, esa química que parecía ya prácticamente agotada en Eloísa, esa química que hace que dos personas queden atraídas. La química y el olor. Sí, el olor, porque los seres humanos l evamos siglos queriendo disimular nuestros olores corporales, cuando son precisamente las feromonas las que tanta importancia tienen en el atractivo sexual. De hecho ahora se venden ciertos perfumes con la promesa de que contienen feromonas que harán irresistibles sexualmente a quienes los utilicen.

A Héctor siempre le habían atraído los olores de cierto tipo de mujeres, para él el olor era muy importante a la hora de juzgar el grado de atracción de una fémina. A pesar de que estas los disfrazaban con todo tipo de desodorantes y pócimas de toda clase, aroma y densidad, cremas, maquil ajes, hidratantes, perfumes, leche corporal y tantos y tantos otros aditivos a los que tan aficionadas son la gran mayoría de las mujeres, siempre quedaba algo de la propia hembra, quizás esas feromonas de las que ahora hablan los perfumistas, que las envolvía y podía hacerlas irresistibles.

Inés tenía dos tetas enormes de las que era difícil apartar la mirada, las de Eloísa eran más discretas, aunque debía de admitir que eran muy bonitas.

Inés hacía varios meses que lo andaba rondando, y él se resistía a iniciar cualquier tipo de relación, más al á de la estrictamente profesional, porque seguía amando a su mujer, y porque en el fondo estaba algo chapado a la antigua. Cuando la atracción se hizo mayor l egó a pensar en pedirle permiso a Eloísa para iniciar una relación sexual con Inés, pero después de analizar la idea durante cierto tiempo, la desestimó por descabel ada. Finalmente no se le ocurrió otra cosa que insinuarle a Eloísa que su relación sexual se estaba enfriando, y que podrían plantearse algún cambio de pareja o algo similar con sus amistades. Durante varias noches hablaron de las personas del sexo contrario que más les gustaban a cada uno de el os y de sus respectivas parejas.

Llegaron a la conclusión de que no había ninguna pareja que conociesen, que además de estar lo suficientemente liberada, coincidiese con los gustos sexuales de ambos, por lo que empezaron a hablar de otros conocidos sin pareja estable, y ahí salió a la conversación un buen día Inés. También salió en esa misma conversación Jacob.

Jacob era un joven, algo mayor que el os, cinco o seis años quizás, encantador, dulce, amable y muy atractivo, todo el o en palabras de la propia Eloísa. Se conocieron unos años antes, cuando aun no se habían trasladado a Valencia. Era un médico naturista, holandés, que atendió en un par de ocasiones a Eloísa de sus trastornos en la regla.

Que supiera, todavía se hacía cargo de la misma consulta y vivía sólo, sin ningún compromiso conocido.

Héctor y Eloísa se divirtieron durante varios días planeando la posibilidad de seducir por separado a Inés y a Jacob. El tema los excitaba, y durante unos días, el mero hecho de hablar de el o los animaba a practicar el sexo, más habitualmente y con mejores resultados que en los últimos meses. Posiblemente ya cada uno de el os pensaba que lo estaba haciendo con quien podría ser su futuro o futura amante, al menos en lo que respecta a Eloísa parecía evidente porque últimamente se empeñaba en hacerlo a oscuras.

-Ha sido una idea genial –le susurraba al oído Eloísa a Héctor mientras este la penetraba- Jacob no tiene desperdicio, anoche estuvimos haciendo el amor hasta las cuatro de la mañana, el tío tiene un aguante enorme. ¿Sabes? Se corrió tres veces dentro de mí. Eloísa comenzó a gemir. Héctor no sabía si porque iba aumentando su placer por el empeño cada vez mayor que él estaba poniendo en el acto, o simplemente porque el a estaba recordando la noche anterior con Jacob. A pesar de todo, la situación lo excitaba sobremanera, tanto el hecho de que la noche anterior hubiera comenzado la aventura de su mujer con Jacob, como el hecho de que ahora el a le estuviera relatando cada detal e. Pensar que el a podría estar excitada solo por pensar en Jacob y no en él, no le importaba demasiado. En cierto modo parecían haber conseguido una variante sexual que les permitía volver a disfrutar juntos.

Ella siguió hablando y gimiendo en su oreja, a la vez que le lamía el lóbulo de la misma, cada vez los jadeos eran más continuados y más profundos, hasta que ambos se corrieron; el a lo hizo antes, mientras gemía y le mordía la oreja, él lo hizo poco después quedando totalmente extenuado.

Héctor no pudo evitar sentirse algo bajo de moral, cuando rebobinó mentalmente y escuchó a Eloísa decir que Jacob se lo había hecho tres veces con el a la misma noche. Él nunca había conseguido nada semejante, a lo sumo, y en contadas ocasiones, había conseguido correrse dos veces en un corto espacio de tiempo. De todos modos pensaba que habiendo iniciado su mujer la relación sexual fuera del matrimonio, él pronto podría hacerlo sin remordimientos con Inés, lo cual lo excitó, aunque no consiguió con el o erección alguna. Eloísa estaba fumando un cigarril o y parecía con ganas de hablar. Él se durmió un par de minutos después.

Se estaban besando en la cal e, recostados ligeramente sobre uno de los coches aparcados. Eran las ocho de la tarde, todavía de día, era verano. Era una cal e bastante concurrida a esas horas en Burjasot, un pueblo cercano a Valencia donde habían ido a tomar unas copas. Parecía no importarles en absoluto que pudieran verlos, a pesar de lo ilícita de su relación. Ambos estaban excitados, aunque el a en especial.

Habían estado tomando unas copas previamente en un par de los lugares de moda del verano. Héctor había estado hablando esa tarde con Inés y se le había insinuado claramente, le dejó entrever su predisposición a entablar una relación con el a distinta a la del trabajo y más íntima que la de simples amigos. Él la invitó a cenar, y el a, que no tenía ningún compromiso, o al menos ningún compromiso no cancelable y sustituible por algo más interesante, aceptó sin hacerse de rogar.

Era viernes por la tarde, terminaron pronto en el bufete y Héctor tenía previsto l evársela a casa después de cenar y pasar una noche de sexo como nunca. Podía disponer de la casa porque ya lo había comentado con Eloísa, y el a la pasaría en casa de Jacob.

Eloísa estaba como una colegiala, encaprichada y entusiasmada con Jacob, situación que de momento beneficiaba también a Héctor porque le dejaba el camino libre con Inés y porque además, mejoraba sus relaciones sexuales con su esposa, cuya relación con Jacob no reducía los encuentros sexuales con su marido, sino todo lo contrario. Se encontraba excitada continuamente, y a lo largo de la semana, cuando no podía estar con Jacob, se desfogaba con Héctor. Era una situación algo extraña, pero en la que posiblemente por su novedad, posiblemente por los buenos resultados aparentes que estaba dando, los dos la estaban disfrutando, sin duda Eloísa más que Héctor. De momento.

Fue frustrante, muy frustrante. Después de pasar toda la tarde con Inés, de copas, hablando de todo tipo de cosas incluyendo amistades y sexo, cenaron íntimamente en un restaurante de la cal e Navarro Reverter de Valencia. Todo fue magnífico. Luego tomaron una última copa en una cafetería cercana y se fueron a casa de él.

Él la desnudó con delicadeza, acariciando y oliendo cada poro de su piel. Se estuvieron besando y acariciando durante casi una hora, y a pesar de la enorme excitación que tenía Héctor, no consiguió la más mínima erección. Inés no era tampoco demasiado hábil en estas situaciones y no supo cómo solucionar aquel problema. Él intentó satisfacerla, al menos haciendo que se corriera entre sus manos, pero después de otra hora de intentos infructuosos, tampoco esto fue posible. Ambos quedaron insatisfechos, pero no se tiraron nada en cara el uno al otro. Se encontraban a gusto y los dos se disculparon y se auto-convencieron de que la próxima vez tendrían más éxito.

Héctor intentó que Inés se quedara con él esa noche, Eloísa no l egaría hasta pasadas las diez de la mañana siguiente. Pero Inés vivía en casa de sus padres y no estaba dispuesta a quedarse.

Héctor la acompañó a casa, pensando en el horrible resultado de su aventura, y en el hecho de que si Inés no quería quedarse, posiblemente fuera por que no le apetecía y no por cuestión de sus padres, al fin y al cabo, ya era lo suficiente mayorcita como para pasar la noche fuera de casa. Tampoco podía evitar pensar en Eloísa y en lo que estaría haciendo en esos momentos con Jacob. Su situación era además de frustrante, ridícula. Él era quien había querido dar solución a aquel matrimonio que parecía a la deriva después de siete años de comunidad, y él fue quien empujó a su mujer a los brazos de otro hombre, otro hombre que a ojos vista la estaba satisfaciendo mucho más de lo que él lo había hecho hasta ahora. Mucho más de lo que él ahora veía que podía satisfacer a Inés.

Llegaron al final de la Cal e de la Paz, cerca de la Plaza de la Reina, y detuvo su coche, un pequeño Mercedes biplaza gris oscuro de segunda o quizás tercera mano.

Inés bajó y con una leve sonrisa se despidió de él. No lo besó.

Héctor volvió a casa, pensando en todo lo ocurrido, pensando en Jacob, pensando en Eloísa, pensando en Inés, y pensando en que en ciertas ocasiones debería de morderse la lengua antes de hablar. Al fin y al cabo, si el matrimonio no funcionaba, pues que no funcionase, ya se arreglaría, y si no se arreglaba, al carajo, para eso se habían inventado los divorcios. Pero no, él siempre tenía ideas bril antes, él siempre sabía lo que tenía que hacer. Cuántas veces se arrepentía de sus ideas bril antes, las ideas son solo para plasmarlas en los libros, no para l evarlas a la realidad, donde se estrel an irremisiblemente.

Llegó a casa y buscó la l ave en el bolsil o derecho de su pantalón, notó que tenía una erección, una buena erección. Entró en el baño y después de orinar se masturbó.

Año 2000

Tasio se había especializado en el espionaje industrial y tenía varios clientes importantes que lo mantenían ocupado gran parte del tiempo. Su carrera profesional la inició como asesor fiscal de empresas alrededor de 1979. Pero después de apenas tres años de profesión, de inspecciones, de trámites administrativos, y de asesorar a clientes que al final hacían lo que les venía en gana desoyendo sus consejos, y que muchas veces sólo buscaban de él su bendición para así tener a alguien a quien echarle la culpa si las cosas iban mal, se cansó, el trabajo que antes le apasionaba, pasó a agobiarle, y cada vez estaba más convencido de que tenía que hacer algo drástico. Fue a principios de 1982, cuando siguiendo el consejo de su íntimo amigo Héctor, cambió de ocupación. El propio Héctor hizo algo parecido unos años después abandonando su carrera profesional como abogado y dedicándose a escribir novelas.

También acertó con el cambio. Tasio había seguido un camino bastante distinto diplomándose como Detective Privado y abandonando la asesoría. En un principio, la idea era la de encargarse solo de unos pocos casos sin importancia que no le complicasen demasiado la vida, como asuntos de divorcios, bajas laborales, y similares, pero fue el propio Héctor el que por un lado se convirtió en un buen cliente, primero por unos asuntos relacionados con su mujer, y años después, porque de forma habitual le solicitaba pequeñas investigaciones –y no tan pequeñas-, que luego utilizaba en sus novelas. Fue precisamente durante la investigación de una gran multinacional para una de las novelas de Héctor, cuando trató de cerca los asuntos de espionaje industrial. Héctor le presentó a unos contactos de su época de abogado, y pronto surgieron asuntos interesantes. De hecho, había abandonado totalmente las pequeñas investigaciones y se dedicaba casi en exclusiva al espionaje e investigación de la propiedad industrial. Claro que a Héctor no le podía decir que no cuando este le solicitaba alguna investigación, además, todo hay que decirlo, Héctor era de los que pagaba bien y rápido, sin discutirle nunca los gastos. Lo cierto es que luego le sacaba un buen rendimiento cuando acababa de publicar la novela, y era de los que publicaban por lo menos cuatro al año, de ese modo, ambos salían siempre beneficiados y mantenían una relación de amistad cordial, juntamente con la profesional. A Tasio siempre le había asombrado la capacidad de escribir de Héctor, no era normal, ni por asomo, publicar cuatro novelas anuales, aunque fuesen de una longitud moderada como solían ser las suyas. Incluso le comentó hace unos meses que estaba pensando en escribir bajo seudónimo para no saturar el mercado con su nombre. Dicen que Stephen King hizo algo similar publicando cinco novelas con el nombre de Richard Bachman. Quien sabe si Héctor l egaría a ser tan famoso como King.

Tasio tenía algo más de cincuenta años, y habiéndose acostumbrado a vestir con traje y corbata siendo asesor fiscal, era una costumbre que todavía conservaba, y raro era el día que no se le veía impecable. Ya había echado algo de barriga con los años, y el traje siempre había sido adecuado para disimular estas cuestiones, motivo adicional para conservar su arraigada costumbre. No se imaginaba con vaqueros y camiseta.

Usaba tirantes de tela, a pesar de lo poco habitual de este tipo de prenda hoy en día, y siempre calzaba buenos zapatos de piel con suela de cuero, generalmente italianos.

Era soltero, y sin duda lo sería por muchos años, le gustaban las mujeres, pero con moderación, y las temía. Ese temor era el motivo de que no alargase nunca ninguna relación, por lo que muchas veces tenía que recurrir al previo pago de honorarios para desahogarse con alguna “mujer de la vida” como él las l amaba cariñosamente.

Cuando era asesor, l egó a tener en Valencia un despacho con seis empleados a pesar del poco tiempo que l evaba dedicándose a la profesión, despacho que en realidad no l egó a cerrar, sino que traspasó a unos colegas que lo fusionaron con otra asesoría ya existente. Ese día fue el más feliz de su vida, y desde entonces su única oficina es un pequeño cuarto en su casa, donde no tiene instalado teléfono porque siempre utiliza el móvil, el cual desconecta a voluntad siempre que no quiere ser molestado. Dispone de un viejo ordenador y de una no menos vieja impresora a color que le basta para la redacción en “Word” de los informes de sus investigaciones.

Cuando necesita conectarse a Internet lo hace desde un pequeño cibercafé que hay instalado en la misma esquina de su casa.

Esa misma mañana había acabado de redactar el informe para una filial de la Bayhar alemana que lo había tenido ocupado los últimos quince días. Estaba decidido a tomarse unos días libres y desconectar el teléfono, el informe le proporcionaría unos buenos honorarios, y sin duda se había ganado el descanso.

Estaba ordenando los papeles impresos para l evarlos a encuadernar, cuando sonó el móvil. Se sacó el Motorola del bolsil o, lo abrió, y en la pantal a leyó “ECTOR”, sin hache. Lo había grabado así por ahorrarse una letra. Era un verdadero coñazo eso de escribir con las teclas del móvil.

-¿Qué vas a escribir ahora? –preguntó sin más prolegómenos-

-Tú siempre al grano.

-El buen uso del tiempo es muy importante y no hay que malgastarlo.

-Oye, necesito que me investigues un asuntil o con total confidencialidad.

-Hombre, me ofendes. ¿Acaso no he sido suficientemente discreto con los asuntos que te he trabajado hasta la fecha.

-Sí, claro, en ningún momento he querido insinuar lo contrario, lo que pasa es que es un tema muy delicado y no quiero tratarlo por teléfono, y menos en el móvil.

¿Quedamos en Cánovas? –Héctor sabía que Tasio solía ir a comer a ese restaurante, bastante céntrico, cercano a su casa, y muy económico en el que se comía bastante bien.-

-Hoy mismo he comido al í. Podemos tomar café a las siete de la tarde. ¿Te viene bien?

-O.K. –colgó-

Tasio acabó de amontonar los papeles del informe y los l evó a que se los encuadernaran en gusanil o que era como solía presentar sus trabajos. Mientras salía de casa iba pensando en que seguramente tendría que olvidarse de esos días de fiesta que se había propuesto coger.

Héctor estaba muy raro últimamente.

CAPÍTULO II

Año 1982

-¿Cómo que en la cal e?, ¿Te da igual que te vean? –le increpó Eloísa-Héctor se ruborizó por la rabia contenida al ser atacado por Eloísa.

-Eloísa, en Burjasot no nos conoce nadie.

-Hablas de Burjasot como si fuese la Alemania del Este antes de que tiraran el dichoso muro ese. Burjasot está a un paso, además, te recuerdo que el hecho de que tú no conozcas, o creas no conocer a nadie en Burjasot, no quiere decir que no te conozcan a tí. Además, pueden conocer a Inés. Hasta es posible que en el bufete tengáis clientes de Burjasot. ¿Me equivoco?

-Está bien, iré con más cuidado, pero a ti también pueden verte. ¿No? –intentó defenderse él como buenamente pudo-.

-Yo no voy por la cal e dándome arrumacos con Jacob.

-Bien, pero Jacob tiene vecinos y os pueden ver, además, te recuerdo que antes vivíamos en Ontinyent. ¿No se mosqueará nadie si te ven deambular por al í?

-No es lo mismo, la gente podrá imaginarse lo que le venga en gana, pero no podrá decir que me han visto en una situación delicada. Además, te recuerdo que todo esto ha sido idea tuya.

-Pues bien que te has acostumbrado enseguida y bien que lo estás disfrutando.

-¿No se trataba de eso? ¿Acaso no tenía que disfrutar? Se supone que esto lo has maquinado para que nuestro matrimonio no naufrague, aunque pienso que tu única finalidad era acostarte con esa zorra y buscabas una excusa para que yo no te dijera nada. Ahora resulta que has tenido un gatil azo y te molesta que Jacob esté disfrutando de tu mujercita mientras tú te tienes que aliviar en el baño.

Héctor no contestó, eso le pasaba por haberle dado tantos detal es a Eloísa, había sido un imbécil y empezaba a estar harto de la situación, cuando aún no habían transcurrido quince días desde que aquel proyecto fantasioso pasó a ser una realidad.

-¿Qué piensas hacer al respecto? –continuó Eloísa mientras Héctor le daba la espalda-

-¿Al respecto de qué?

-De lo que estamos hablando. ¿Te parece bien ir paseándote por ahí tan descuidadamente?

-Ya te he dicho que iré con más cuidado.

-¿Eso es todo?

-¿Qué más quieres que haga? No puedo borrar lo del pasado viernes. Además, sigo convencido de que no nos reconoció nadie.

-¿Y en el bufete?

-¿Qué pasa en el bufete?

-Eso es lo que yo te pregunto, ¿Actúas con discreción al í o pasas de todo?