Amistad Funesta -Novela by José Martí - HTML preview

PLEASE NOTE: This is an HTML preview only and some elements such as links or page numbers may be incorrect.
Download the book in PDF, ePub, Kindle for a complete version.

Y

yo

doy

los

redondos

brazos

fragantes,

por

dos

brazos

menudos

que

halarme

saben,

y

a

mi

pálido

cuello

recios

colgarse,

y

de

místicos

lirios

collar

labrarme.

¡Lejos

de

por

siempre

brazos fragantes!

Y este otro:

Por

las

mañanas

mi

pequeñuelo

me

despertaba

con un gran beso.

Puesto

a

horcajadas

sobre

mi

pecho,

bridas

forjaba

con mis cabellos.

Ebrio

él

de

gozo,

de

gozo

yo

ebrio,

me

espoleaba

mi

caballero:

¡qué

suave

espuela

sus

dos

pies

frescos!

¡Cómo

reía

mi jinetuelo!

¡Y

yo

besaba

sus

pies

pequeños,

dos

pies

que

caben

en solo un beso!

Y este, que es como un suspiro hondo:

Qué

me

das

¿Chipre?

Yo

no

lo

quiero:

ni

rey

de

bolsa

ni

posaderos

tienen

del

vino

que

yo

deseo;

ni

es

de

cristales

de

cristaleros

la

dulce

copa

en que lo bebo.

Mas

está

ausente

ni

despensero,

y

de

otro

vino

yo nunca bebo.

Y estas estrofas sueltas cogidas al azar de los Versos sencillos: Yo

bien

que

cuando

el

mundo

cede,

lívido,

al

descanso,

sobre

el

silencio

profundo

murmura el arroyo manso.

Con

los

pobres

de

la

tierra

quiero

yo

mi

suerte

echar:

el

arroyo

de

la

sierra

me complace más que el mar.

Busca

el

Obispo

de

España

pilares

para

su

altar:

¡en

mi

templo,

en

la

montaña,

el álamo es el altar!

Si

ves

un

monte

de

espumas

es

mi

verso

lo

que

ves:

mi

verso

es

un

monte,

y

es

un abanico de plumas.

Amo

la

tierra

florida,

musulmana

o

española

donde

rompió

su

corola

la poca flor de mi vida.

¡Arpa

soy,

salterio

soy

donde

vibra

el

Universo;

vengo

del

sol,

y

al

soy

voy;

soy el amor: soy el verso!

No

me

pongan

en

lo

oscuro

a

morir

como

un

traidor:

¡yo

soy

bueno,

y

como

bueno

moriré de cara al sol!

Hay

montes,

y

hay

que

subir

los

montes

altos:

¡después

veremos

alma,

quién

es

quién te me ha puesto a morir!

Cultivo

una

rosa

blanca,

en

julio

como

en

enero

para

el

amigo

sincero

que me da su mano franca.

Y

para

el

cruel

que

me

arranca

el

corazón

con

que

vivo,

cardo

ni

oruga

cultivo:

cultivo la rosa blanca.

Yo

quiero

cuando

me

muera,

sin

patria,

pero

sin

amo,

tener

en

mi

tumba

un

ramo

de flores y una bandera.

Y cuando el destino le ofrecía el goce de una existencia bella,sosegada, cómoda; cuando su talento reconocido y su grandeza deespíritu, le daban asiento firme entre los que ya podían echarse adescansar, formó con su vida una flor, y la puso a los pies de lapatria. Era el año 1891, y era el mes de octubre. Anunciado que en unavelada, patrocinada por el club «Los Independientes» de New York, quehabía de celebrarse en recordación de los héroes del 10 de octubre de1868, tomaría parte principal Martí, quien desempeñaba el cargo deCónsul General de la Argentina, Uruguay y Paraguay en dicha ciudad, elMinistro de España protestó ante los respectivos Gobiernos, y él, con undesprendimiento asombroso, renunció a sus cargos diciendo:

«¡Antes quetodo cubano!». Hay hombres que suben, como suben las zarzas y laspiedras que tienen en su cúspide las montañas: otros son montañas y lascoronan flores y las visitan víboras.

Martí fue de esos. Hombre montañadesde la cual se puede ver pasar hoy y se verá mejor, a medida que losaños vayan limándola, toda el alma compleja y revuelta de esa época decreación y amargura. El hecho de renunciar a todo bienestar por Cuba,hizo resonar su nombre como un trueno, en donde quiera que habíacubanos. Martí, si perdió con ese acto, el gusto y el regalo de su vida,ganó en prestigio entre sus compatriotas, para los cuales fue desdeentonces, antorcha encendida de patriotismo, brazo infatigable, el pensamiento a caballo como lo llamó un ilustre hombre americano, elaltar más hermoso y más puro de las libertades cubanas.

Martí supo conquistar gloria: y cuando la conquistó, no la puso a precioen mercadería, ni se puso a vivir de ella en ocio cobarde, sino que seconsagró a sembrar con sus manos, la buena semilla republicana entre suscompatriotas emigrados.... Así, cuando días después de este hermosohecho, fue invitado por el Presidente del Club «Ignacio Agramonte» deTampa—la ciudad levantada a puro esfuerzo por los cubanosproscriptos—para que tomara participación en una fiestapolítico-literaria que dicho Club había de celebrar, él respondióaceptando; y vencidas algunas dificultades, el 25 de noviembre de 1891,a la una de la madrugada, bajo una lluvia tenaz, arribó jubiloso a laestación, henchida de cabezas, de aquel pueblo de hombres libres que loamaba ya sin conocerlo y que fue, por el sino misterioso de las cosas,cuna de la gloriosa revolución del 95 que sacó a la vida libre nuestranacionalidad. A la siguiente noche, día 26, Martí dejó oír su palabrasedosa y centelleante en aquel Liceo histórico, que yo añoro ahoraentristecido, y me veo niño, llena el alma de ilusiones, escuchandoexaltado al pie de la tribuna, los tiernísimos acentos de su vozincomparable. Lo que allí dijo Martí no hay frases que lo abarquen. «PorCuba y para Cuba» tituló él su discurso, y por ella y para ella fuecuanto su palabra, a veces impetuosa, a veces desgarradora, expresó. Sudiscurso fue todo amor, todo esperanza, todo verdad. Señaló todos losmales que podrían la tierra de sus amores, los escollos con que se habíade tropezar y la manera de vencerlos. Habló de los egoístas y losmiedosos y los críticos que siempre le salen al encuentro a toda obracuando esta se halla en los sudores de la creación, y dijo: «¿Pero quéle hemos de hacer? ¡Sin los gusanos que fabrican la tierra no podríanhacerse palacios suntuosos! En la verdad hay que entrar con la camisa alcodo como entra en la res el carnicero. Todo lo verdadero es santo,aunque no huela a clavellina. Todo tiene la entraña fea y sangrienta; esfango en las artesas, el oro puro en que el artista talla luego susjoyas maravillosas; de lo fétido de la vida, saca almíbar la fruta ycolores la flor: nace el hombre del dolor y la tiniebla del senomaternal, y del alarido y el desgarramiento sublime; ¡y las fuerzasmagníficas y corrientes de fuego que en el horno del sol se precipitan yconfunden, no parecen de lejos, a los ojos humanos sino manchas!».Hablando de los peligros que podían hacer desfallecer y cejar al cubanoen su afán de libertad, decía entre otras cosas: «¿O nos ha de echaratrás el miedo a las tribulaciones de la guerra, azuzado por genteimpura que está a paga del Gobierno español, el miedo a andar descalzo,que es un modo de andar ya, muy común en Cuba, porque entre los ladronesy los que los ayudan, ya no tiene en Cuba zapatos más que los cómplicesy los ladrones?». Los pechos todos vibraron de entusiasmo y de cariño alescucharlo, y el alma de todos, como una marejada, lo envolvió y llenóde una titánica alegría. ¡Él vio sin duda en aquella noche radiosa, enaquella noche memorable, al terminar su oración, a su pobre patriallorosa, entre convites y villanías, de barragana y flor marchita por elmundo, y vio también, alucinado por el estruendo de los aplausos y losvítores, a caballo el ejército de la Libertad, echándose sobre lospalacios podridos donde se cobijaban las almas de coleta y sotana,símbolos de la secular dominación de España....

A la siguiente noche, 27 de noviembre, habló sobre el asesinato de losestudiantes del 71, y su discurso fue una joya, una flor que no sesecará nunca sobre la tumba de los ocho adolescentes. Y

el 28 del mismomes, salió de nuevo para New York, en donde a los pocos días recibió unejemplar del periódico El Yara, de Cayo Hueso, que dirigía elirreductible cubano José Dolores Poyo, y en el que se expresabavivamente el deseo de que les hiciera una visita. Con este motivo, Martíle escribió el 25 de diciembre del mismo año, una carta a Poyo, en laque le daba las gracias por haberle adivinado sus deseos de visitar alos cubanos del peñón rebelde. En esa carta le decía entre otras cosas:«¿Pero cómo ir al Cayo de mi propia voluntad como pedigüeño de fama queva a buscarse amigos, o como solicitante, cuando quien ha de ir en mí,es un hombre de sencillez y de ternura, que tiembla de pensar que sushermanos pudieran caer en la política engañosa y autoritaria de lasmalas Repúblicas? Es tan dulce obedecer el mandato de los compatriotas,como es indecoroso solicitarlo. Es mi sueño que cada cubano sea hombrepolítico enteramente libre, como entiendo que el cubano del Cayo es, yobre en todos sus actos, por su simpatía juiciosa y su elecciónindependiente, sin que le venga de fuera de sí, el influjo dañino dealgún interés disimulado. Pues aunque se muera uno del deseo de entraren la casa querida, ¿qué derecho tiene a presentarse de huésped intimo,a donde no lo llaman? Mejor pasar por seco—aunque se esté saliendo decariño tierno el corazón—, que pasar por lisonjeador, o buscador, oentrometido, que faltar con una visita meramente personal al respeto quedebo a la independencia y libre creación de los cubanos. Pero mándenme,y ya verán cuán viejo era mi deseo de apretar esas manos fundadoras». EnCayo Hueso hubo indecisión sobre si debía o no llamársele. Pero por fin,y por acuerdo del Club «Patria y Libertad», se le llamó. Martí salióenseguida para Cayo Hueso, siendo acompañado en su viaje, desde Tampa,por representantes de los Clubs «Ignacio Agramonte», y

«La LigaPatriótica». El 25 de diciembre llegó, mal de salud, al Cayo. Noobstante, habló varias ocasiones, arrebatando al auditorio, hasta queya, verdaderamente enfermo, le prohibieron los médicos que saliera de suhabitación. En cama estuvo doce días, al cabo de los cuales, un tantorestablecido, se levantó y visitó, uno por uno, todos los talleres,predicando la fe patriótica.

Más tarde, en una reunión a que citó y a laque asistieron varios jefes de la guerra del 68, se expuso la idea deorganizar bajo una sola, bandera a los cubanos emigrados. Martí recogióesa idea y redactó entonces, ese monumento de amor y de concordia que sellama: «Bases del Partido Revolucionario Cubano». De regreso de CayoHueso pasó por Tampa, siendo aprobadas en esta ciudad las referidasbases, siguiendo a New York, en donde lo esperaba un gran pesar: lacarta denostadora que el General Enrique Collazo, por error o ceguedaddel momento, le escribiera desde La Habana, y que firmaron con él, otrasdistinguidas personalidades de la revolución. A esa carta contestó Martícon otra que es como un blando arroyo de aguas puras que llevara en sucorriente la hoja de una espada. Refiriéndose a los ataques personalesque se le hicieron escribió: «Y ahora señor Collazo, ¿qué le diré de mipersona? Si mi vida me defiende nada puedo alegar que me ampare más queella. Y si mi vida me acusa, nada podré decir que la abone.

Defiéndamemi vida. Queme usted la lengua señor Collazo, a quien le haya dicho queserví yo a la madre patria. Queme usted la lengua a quien le haya dichoque serví de algún modo, o pedí puesto alguno, al partido liberal. Creoseñor Collazo, que ha dado a mi tierra, desde que conocí la dulzura desu amor, cuanto hombre puede dar. Creo que he puesto a sus pies muchasveces fortuna y honores. Creo que no me falta el valor necesario paramorir en su defensa». Este incidente quedó satisfactoriamente arregladopara ambos servidores de la patria, polvo hoy uno y luz en el recuerdo,y reliquia viva el otro, escapada al peligro del naufragio y de lamuerte....

A la sazón, por todas las emigraciones iban siendo conocidas y aceptadaslas «Bases del Partido Revolucionario Cubano»: y el diario de abril de1892—aniversario de aquel otro 10 de abril de Guáimaro—, quedóproclamado este y nombrado Martí, por el cómputo de votos de todos losemigrados, Delegado, cargo que llevaba en sí la suprema dirección de lostrabajos de esa gigantesca corporación, que fue casa, tribuna ytrinchera de las libertades cubanas en el exterior....

Desde el momento en que asumió Martí ese cargo, comenzó la labor másextraordinaria que pueda imaginarse la mente humana. De New York, pasó aCosta Rica, a entrevistarse con los generales Antonio y José Maceo, yFlor Crombet, de los cuales tuvo la aprobación más calurosa por lostrabajos emprendidos. En Costa Rica habló y fundó Clubs, pasando luegopor segunda vez a México en donde despertó el entusiasmo patriótico delos cubanos. El 15 de septiembre de 1892, le dirigió una carta algeneral Máximo Gómez, invitándolo a que aceptara la investidura deencargado supremo del ramo de la guerra, a que «ayudara a organizardentro y fuera de la isla, el Ejército Libertador que había de poner aCuba, y a Puerto Rico con ella, en condiciones de realizar con métodosejecutivos y espíritu republicano su deseo manifiesto y legítimo deindependencia». En dicha carta invitaba al generalísimo, a ese nuevosacrificio, en momentos en que no tenía más remuneración queofrecerle—según sus palabras—«que el placer del sacrificio y laingratitud probable de los hombres»; invitación a la que el generalGómez contestó aceptando, en noble y generosa carta, y a la que Martícorrespondió, yendo a visitarlo en Santo Domingo, la República hermanapor la gloria y el martirio. De Santo Domingo emprendió Martí unaexcursión por todos los pueblos de la Unión Americana y algunos deAmérica Latina, volviendo a New York. Allí su vida era un vértigo. Seescribía Patria, el periódico que fundó, junto con el «PartidoRevolucionario», contestaba una numerosa correspondencia, fundaba clubs,escribía artículos de propaganda, en inglés, para periódicos deFiladelfia y New York, y pronunciaba discursos. Relámpagos parecía teneraquel hombre por músculos, tal era la prisa en que vivía. Increíbleparece que aquel cuerpo flaco y endeble, encerrara dentro de sí espíritutan gigantesco y tan fuerte, hecho a golpes de zarpas y a caricias deala, capaz de abrir surcos y levantar cimientos y capaz, de poemizar eldolor e idealizar el martirio; apto para abrigar una tempestad y paraecharse todo entero en el cáliz de un jazmín....

En 1893, la intentona de Purnio y su fracaso le quebrantaron la salud.Pero no por eso se echó como débil mujerzuela a llorar tristezas, sinoque después de publicar un manifiesto de levantado espíritu patriótico,continuó, con más bríos si cabe, la tarea enorme de hacer patria, tareaque fue sobre sus hombros una cruz, semejante a la que llevara, a travésde su calle de Amargura, el Cristo dulce y bueno de los cristianos.Igualmente que los sucesos de Purnio, muestra evidente de la inquietudque ya reinaba en la isla mártir, los pronunciamientos de Lajas yRanchuelo, en 1894, lo magullaron hondamente. Pero, incansable, a cadagolpe se levantaba más potente. A fines de ese mismo año fue que,teniéndolo ya todo dispuesto para la lucha, escribió a Eduardo H. Gato,el cubano rico del Cayo, una carta, que es un poema de dolor, pidiéndole$5000 y otra a José María Izaguirre, cubano rico de New Orleans,pidiéndole cantidad parecida. De la carta a Gato son estas frases: «Todominuto me es preciso para ajustar la obra de afuera con la del país. ¿Yme habré de echar por esas calles, despedazado y con náuseas de muerte,vendiendo con mis súplicas desesperadas nuestra hora de secreto, cuandousted con este gran favor, puede darme el medio de bastar a todo conholgura, y de cubrir con mi serenidad los movimientos?». «Si le escribomás me parece que le ofendo. Usted es hombre capaz de grandeza: esta essu ocasión. ¿Le prestaría a un negociante $5000 y no a su Cuba? Deme unarazón más de tener orgullo de ser cubano». Y de la carta a Izaguirreeste es el final: «¿Me lastimará usted mi fe? ¿Y en vano habré salido sufiador?

Porque lo garanticé desde el principio como si hubiéramoshablado de esto y tuviera autoridad de usted para su oferta. ¿No me lada su vida y nuestra amistad? Le saluda la casa y quiero que me quierapor haber tenido esta certeza de usted, no en la hora de la gloria, sinoen la del sacrificio.

Yo voy a morir, si es que en mí queda ya mucho devivo. Me matarán de bala, o de maldades.

Pero me queda el placer de quehombres como usted me hayan amado. No sé decirle adiós.

Sírvame como sinunca más debiera volverme a ver». Y esos cubanos respondieronmandándole lo que él les pedía. ¡Y cómo no! ¿Se podía negar, se podíadecir que no, a quien pedía de ese modo, resplandeciente de limpieza yde angustia? Dispuesto todo para emprender la empresa definitiva,recorrió por última vez las emigraciones, y cuando se detuvo en unpuerto de la Florida, en enero de 1895, ya todo lo tenía preparado paracaer sobre su tierra a bandera desplegada. Tres barcos, «Amadís»,«Lagonda» y «Baracoa», cargados de armas y pertrechos ya estaban parasalir de Fernandina, cuando las Autoridades de aquella ciudad, losdetuvieron. La traición de un miserable, que estará mientras viva, librede todo, menos del remordimiento, vendió su poderoso plan. Entonces síque sufrió Martí lo indecible. Imagínenselo triste, rabioso,colérico—¡colérico él, Dios mío!—viendo acaso en el espanto y horror desus ojos desmesuradamente abiertos, descender sobre su patria como unsudario de muerte, y sobre su corazón como una mano de hierro....

Perseguido por los Agentes españoles salió de Fernandina y llegó a NewYork. Allí le volvió la vida: ¡podía salvar parte de las armasapresadas! Y el 29 de enero escribió la orden de levantamiento para losjefes de la revolución en Cuba, y el 31 salió en compañía de losgenerales María Rodríguez y Collazo para Santo Domingo, con el fin deunirse allí con Máximo Gómez. Se detuvo en Cabo Haitiano, en donde pasóvarias semanas de verdadera zozobra, rodeado de malvados e impotentes.Allí fue a moverle con furia, el espíritu, la noticia del levantamientodel 24 de febrero, la noticia de que ya en su tierra se peleaba,cumpliendo órdenes suyas, por el decoro y la libertad. Esto lo animó ydesesperó más. Después de ese momento ni el sueño ni el descanso lehicieron falta: vivía en una constante actividad. Así vio pasar todo elmes de marzo y llegar abril, y sin poder embarcarse para las playasamadas, donde ya se moría como él sabría morir. El 25 de marzo, ya envísperas de viaje, en el pórtico del gran deber, le escribió a suamigo, el dominicano y poeta y escritor, Federico Henríquez Carvajal,una carta que alguien ha llamado su testamento político, y de la cualvienen a mi mente estos conceptos que debía grabar todo cubano en lo máspuro y bueno de sus entrañas: «Yo evoqué la guerra: mi responsabilidadcomienza con ella, en vez de acabar. Para mí la patria no será nuncatriunfo, sino agonía y deber. Ya arde la sangre. Ahora hay que darrespeto y sentido humano y amable al sacrificio; hay que hacer viable einexpugnable la guerra; si ella me manda, conforme a mi deseo únicoquedarme, me quedo en ella; si me manda, clavándome el alma, irme lejosde los que mueren como yo sabría morir, también tendré ese valor. Quienpiensa en sí no ama a la patria; y está el mal de los pueblos, por másque a veces se lo disimulen sutilmente, en los estorbos o prisas que elinterés de sus representantes ponen en el curso natural de los sucesos.De mí espere la deposición absoluta y continua. Yo alzaré el mundo. Peromi único deseo sería pegarme allí, al último tronco, al último peleador:morir callado. Para mí ya es hora. Pero aun puedo servir a este únicocorazón de nuestras Repúblicas. Las Antillas libres salvarán laindependencia de nuestra América y el honor ya dudoso y lastimado de laAmérica inglesa, y acaso acelerarán y fijarán el equilibrio del mundo.Vea lo que hacemos, usted con sus canas juveniles y yo a rastras con micorazón roto. Yo obedezco, y aun diré que acato como superiordisposición y como Ley americana, la necesidad feliz de partir, alamparo de Santo Domingo, para la guerra de libertad de Cuba. Hagamos porsobre la mar, a sangre y a cariño, lo que por el fondo de la mar hace lacordillera de fuego andino». En esta carta dejó Martí mucho de su almallena del himno glorioso de la naturaleza y de la íntima majestad de lodivino. Pero donde puso todo el corazón rebosante de ternura y amor, fueen la carta última, que le escribió a su anciana madre, entonces aquí,al lado de los que se sentaban a la mesa del jerez y de la manzanilla acomer el plato del robo y de la villanía. Oíd esa carta: «Madre mía: Hoy25 de marzo, en vísperas de un largo viaje, estoy pensando en usted. Yosin cesar pienso en usted. Usted se duele en la cólera de su amor delsacrificio de mi vida: y ¿por qué nací de usted con una vida que ama elsacrificio? Palabras, no puedo. El deber de un hombre está allí donde esmás útil. Pero conmigo va siempre, en mi creciente y necesaria agonía,el recuerdo de mi madre. Abrace a mis hermanas y a sus compañeros. Ojalápueda algún día verlos a todos a mi alrededor, contentos de mí. Yentonces sí que cuidaré yo de usted con mimo y con orgullo. Ahorabendígame, y crea que jamás saldrá de mi corazón obra sin piedad y sinlimpieza. La bendición». ¡Yo no sé que se pueda decir más y de maneramás genial en tan pocas palabras! Si Martí no hubiera escrito más queesta carta, por ella solo tendría asiento perdurable entre los hombresque saben lo que es un adiós, lo que es desafiar la muerte, ¡y lo queuna madre significa!...

Y llegó por fin el momento feliz, término de todas sus angustias,satisfacción de todos sus anhelos. Después de publicar el grandiosomanifiesto de «Montecristi» de despachar el barco expedicionario paraMaceo, de vencer cuantas dificultades le salieron al camino, se embarcó,en unión de cinco compañeros, Máximo Gómez, Paquito Borrero, ÁngelGuerra, César Salas y Marcos del Rosario, en un vapor alemán que habíallegado de paso a Cabo Haitiano, y que según la promesa de su Capitán aMartí, los conduciría cerca de las costas de Cuba y les cedería un botepara llegar a tierra. Oíd el relato, hecho a tajos, de esa odiseamilagrosa. Era el 10 de abril, día glorioso dos veces en los anales dela historia cubana, cuando se echaron al mar esos hombres magníficos; yel 11, a pocas millas de la costa, detiene el vapor que los conducía sumarcha, bajan la escala, echan al agua uno de sus botes y en él seinstalan los seis expedicionarios «con gran carga de parque y un sacocon queso y galletas». Y a las seis horas de remar, bajo un cielo negroy tenebroso, arrullado por olas alborotadas, caen sigilosos sobre lacosta de Cuba, llenos de una dicha superior al peligro que habíancorrido y que habían de correr. Ya en tierra, cargados como bestias,subieron los espinares y pasaron las ciénegas y cruzaron ríos crecidos ysubieron cumbres, hasta que dieron con la guerrilla baracoana de FélixRuenes «hombre de consejo y moderación»

como lo llamó Martí, y a quienla gloria le crece ya sobre la sepultura. Oigamos las impresionesprimeras de Martí, en los campos de Cuba libre: «Hasta hoy no me hesentido hombre. He vivido avergonzado y arrastrando la cadena de mipatria, toda mi vida. La divina claridad del alma aligera mi cu