Aguas Fuertes by Armando Palacio Valdés - HTML preview

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III

Otra de las grandes familias en que se divide la especie de losmosquitos líricos, es la de los filósofos o trascendentales. Notiene la misma fuerza reproductiva, y por consecuencia no es tannumerosa, pero en cambio es infinitamente más devastadora. El mosquitofilosófico suele leer mucho, y está, por lo general, bastante enteradode las literaturas extranjeras; apunta cuidadosamente en un libro dememorias las frases brillantes y los pensamientos profundos y esmaltacon ellos sus híbridos engendros; no es partidario del arte por el arte,ni gusta de la literatura frívola que sólo aspira a conmover y recrear;de las tres dimensiones de los cuerpos, longitud, latitud yprofundidad, no admite más que la última. Es mucho más objetivo que suscolegas los sentimentales, y aun cuando manifiesta tendencias muymarcadas hacia el pesimismo, no llega a él por el camino puramentesubjetivo y personal de aquéllos sino mediante el estudio reflexivo delos fenómenos y las leyes, por lo cual su pesimismo es siempre máslúgubre, más desgarrador, como que es el resultado lógico de un sistema,de un vasto y profundo concepto de la existencia. Desde niño se observaen él gran amor a lo general y mucho desdén por lo particular. Estasnobles aficiones le han perdido a menudo en los exámenes durante lasegunda enseñanza: se empeñaba en contestarlo todo a ratione y enresolver las más arduas cuestiones de plano y según le dictaba su altoentendimiento. En historia natural salió suspenso, porque habiéndolepreguntado las clasificaciones, contestó que él no admitíaclasificaciones en la naturaleza, que el mundo debía considerarsesiempre en su unidad indivisible y permanente, y que todas lasclasificaciones estaban sujetas a cambios incesantes, según losprogresos que se hicieran en el estudio de la materia. Los profesoresde instituto (salvo honrosas excepciones), son más dados a lo temporalque a lo permanente, y el mosquito filósofo padece por esta causa muchosvejámenes en los albores de la vida.

Después de formada su opinión en lo que atañe a la existencia, al amor,a la religión, a la muerte, etc., etc., nuestro mosquito adopta lamanera que le parece más interesante para zumbarla al oído del público.Unas veces se presenta con un escepticismo risueño y paradójico queparece decir a los lectores: «Yo no creo en nada, ni en Dios, ni en loshombres, ni en la madre que me parió, pero me gusta aprovecharme de lascosas buenas que en el mundo nos encontramos, como el amor, los buenosvinos, los paisajes bonitos, etcétera, etc., y vamos viviendo.» Sumaestro es Campoamor, a quien imita no tan sólo en el pensamiento sinoen la frase, expresando las ideas elevadas y abstrusas en forma llana ycorriente, y así como el ilustre poeta, también él desciende a lospormenores vulgares de la existencia y se complace en describir lopequeño e insignificante.

«Yo no voy a la escuela aunque me pegue mi señora abuela.»

¡Qué sobriedad tan encantadora! ¡Qué amable sencillez se advierte enesta y en otras frases que se encuentran esparcidas por una muchedumbrede poemas no bastante apreciados del público!

Otras veces prefiere envolver sus vastas concepciones poéticas ymetafísicas, en un misterioso simbolismo atestado de laberintos. Sumodelo entonces es el Fausto de Goethe, o el Manfredo de Byron. Pasaunos cuantos años escribiendo un grandioso poema, del cual lee solamentede vez en cuando, en Academias y Ateneos algunos fragmentos que dejan ensuspensión y espanto el ánimo de algunos amigos. En este poema todos losseres animados o inanimados del universo expresan su opinión acerca delmisterio de la existencia; y de la suma de estas ideas se propone elautor que resulte la clave de todo. Las diversas opiniones se expresanen el poema del mosquito filósofo por medio de voces que vansucesivamente gritando por las páginas del libro. Cuanto existe y cuantoha existido tiene voz y voto en el poema: la voz de la esclavitud, lavoz de la libertad, la voz de las ciudades, la voz de los campos, la vozde la iglesia, la voz de la administración, la voz de los colegioselectorales, la voz de los tribunales colegiados, la voz de losedificios del Estado, etc., etc. Pero las cosas mejores las dicesiempre una voz anónima, que debe de ser la del autor. De todo elloresulta que la vida es un lazo insidioso que nos ha tendido una voluntadperversa, y que para vencer a esta voluntad no hay otro medio que elsuicidio, el suicidio de la humanidad entera.

A pesar de estas lúgubres y espantosas conclusiones, y del pesimismo quemina su preciosa existencia, el mosquito filósofo gusta extremadamentede que El Imparcial y El Globo digan en su hoja literaria que zumbacon corrección y elegancia.

Viene después la familia de los legendarios, que estaba a punto dedesaparecer de la fauna, y que merced a ciertos trabajos misteriosos dela naturaleza poderosamente secundada por la sección de literatura delAteneo de Madrid, ha vuelto a cobrar vida en estos últimos años.

Los legendarios aborrecen la edad moderna y desprecian la antigua. Laúnica época histórica que les seduce es la comprendida entre lairrupción de los bárbaros y el Renacimiento. Dentro de esta época lainstitución que despierta en su juvenil fantasía mayor copia de romancesoctosílabos y endecasílabos, es el feudalismo. El mosquito legendariono comprende cómo se puede vivir sin almenas, sin alfanjes, puenteslevadizos, cascos y cimitarras. El amor no tiene atractivo para él, sinocuando la dama aguarda toda la noche a su galán en una ventana delcastillo, sin miedo a catarros ni a reumatismos, y el galán despacha alotro barrio media docena de deudos para llegar hasta ella. Los combates,las emboscadas, los asaltos, los pisos que se hunden para sumirle a unoen profunda mazmorra, los fosos, los despeñaderos, etc., etc., son lasúnicas cosas que entusiasman a nuestro mosquito. En su concepto, no sepuede vivir a gusto, sino con el alma en un hilo. Sus poemas, porconsiguiente, están saturados de aquellos elementos que admiten muchas yvariadas combinaciones, según puede verse en las infinitas leyendas quelos lectores habrán, sin duda, oído recitar en su vida.

El argumento es lo único permanente o inalterable en estas leyendas; unamor desgraciado por la enemistad tradicional de los papás de losnovios; dos señores feudales de cortos alcances y que padecen deatrabilis; los chicos que no se resignan a ser desgraciados y continúansus relaciones hasta que una noche los sorprenden juntos y les arman unbelén; el padre de la niña que encierra a su presunto yerno en unamazmorra, y le tiene a pan y agua sujeto con cadenas; el novio que seescapa ayudado por la niña, y viene después con su mesnada a dar unasalto a su suegro; rapto de la novia; el papá suegro que no se resigna,arma su mesnada y va a dar otro asalto a su yerno y le lleva la novia;el yerno, que tiene muy malas pulgas y arma de nuevo su mesnada y vuelvea robar la chica, etc., etc. Los asaltos se prolongan hasta que lanovia, fatigada de tanto trasiego de un castillo a otro, se decide aespirar.

Con este sencillo argumento, que muchos años de uso han consagrado,lograron triunfos imperecederos una muchedumbre de mosquitos, cuyosnombres guardará tan cuidadosamente la historia, que nadie losaveriguará jamás. Dentro de él caben infinitas combinaciones, bellas einteresantes, según el número y distribución de los asaltos y losangriento de la lucha; según la calidad del novio, que puede sercaballero y trovador o caballero solamente; el carácter del paisaje, quepuede estar cerca del oceano o en lo interior de la sierra; el corceldel amante, que puede ser blanco, negro o alazán, etc., etc. De todosmodos, yo aconsejo a los jóvenes líricos que no se aventuren por ningunaconsideración a cambiarlo, pues al romper con los usos establecidos secorre grave peligro, y no en vano está sancionado desde tiempoinmemorial por cien generaciones de mosquitos.

Por último, hablaré del mosquito clásico. Lleva la ventaja a suscompañeros de que ha estudiado regularmente la segunda enseñanza yconoce la retórica de Hermosilla. Ha obtenido siete escribanías de plataen otros tantos certámenes poéticos abiertos en varias provincias deEspaña, y en todas partes se han hecho lenguas de su forma, que losperiódicos califican constantemente de gallarda. Como es natural,desprecia profundamente el fondo, en el cual no ha brillado ni brillará,y admira en primer término, tratándose de poesía, la paciencia, que esla facultad que todo clásico debe cultivar con predilección. Así que,cuando habla de alguna composición poética, nunca se mete a averiguar sies elevada o rastrera, original o vulgar, si tiene o no tieneinspiración: lo único que aprecia en ella es si está o no está bientrabajada. No puede ver a un buen ebanista dando los últimos toques auna cómoda sin exclamar para sus adentros: ¡Qué lástima de poeta!

Por lo general viene a Madrid recomendado a D. Aureliano FernándezGuerra o a Barrantes, a quienes admira de buena o de mala fe, que esono importa, y les lee unos cuantos sáficos adónicos y algunasespinelitas: los académicos se dignan decirle que es muy «donoso ymaleante», y que sus composiciones están llenas de «sentencias briosas ysales irónicas». Abroquelado con este juicio nuestro mosquito, daalgunas lecturas en la Juventud Católica y publica varios fragmentos enLa defensa de la Sociedad, hasta que, por consejo de sus amigosacadémicos, deja repentinamente de zumbar. Escribiendo y publicando nose va a ninguna parte. Para que un literato alcance respetabilidad yobtenga la admiración de la gente, es condición ineludible que noescriba poco ni mucho.

Entonces el mosquito clásico se dedica a despellejar a Echegaray, aCastelar, a Pérez Galdós, y en general a los escritores que son leídos yaplaudidos. Al mismo tiempo se deshace en elogios de todo lo ñoño, pobrey ridículo que se publica o se representa, con lo cual satisface susinstintos y a la vez regocija a los astros literarios que le iluminan ensu carrera.

Es el peor intencionado de los mosquitos que hemos estudiado, y por esoes el único que tiene buen paradero. Sus compañeros arrastran una vidamiserable y triste; o vuelven a vegetar a su pueblo, o se distribuyenpor los ministerios de auxiliares y escribientes, o entran de factoresen alguna compañía de ferrocarriles, o mueren en el hospital. Pero elmosquito clásico ¡ni por pienso! Ahí están sus protectores, que le hacenarchivero-bibliotecario, o le dan una comisión lucrativa en paísextranjero, o le ayudan a salir diputado y a ser director general yministro. Después de algunos años de mantenerse firme en no escribir, defrecuentar los salones aristocráticos y de despellejar sin piedad acualquier escritor que muestre talento y fantasía poco comunes, elmosquito clásico como recompensa de su brillante campaña, es conducidoen triunfo a la Academia de la Lengua. Que a todos mis lectores deseo.Amén.